El Vampiro Dormido
Existe una larga tradición de grandes directores que han adaptado y se han reapropiado del mito del Conde Drácula que va desde Murnau y su Nosferatu de 1922 (a mí parecer, la mejor, lejos), a Tod Browning y Bela Lugosi (Drácula, 1931), pasando por Herzog y Kinski (Nosferatu, 1979), hasta Coppola y su barroca Bram’s Stoker Drácula (1992) y la versión de la Hammer, Drácula A.D. 1972 (1973, Alan Gibson) con el enorme Christopher Lee. A esta ilustre lista (me dejo afuera muchas más, claro) se le viene a sumar Darío Argento’s Drácula que, lamentablemente, está más cerca de Drácula, un muerto muy contento y feliz (1995, Drácula: dead and loving it) de Mel Brooks que de los clásicos antes mencionados. Y no es porque la adaptación de Mel Brooks sea mala, todo lo contrario, es divertidísima y además tiene a un Leslie Nielsen desatado e incontenible, sino porque la versión de Argento es graciosa y berreta, funcionando casi como una parodia, pero de forma involuntaria.
Los decorados, hay que reconocerlo, están muy bien, las locaciones son potentes y sugestivas; la fotografía, impregnada en rojos oscuros funciona correctamente, el 3D (que, realmente, hasta el momento de ver la película me preguntaba que pito tocaba) sorprendentemente tampoco está mal, sino que hay profundidades de campo bien aprovechadas y movimientos de cámara muy atractivos, por caso, el travelling de los créditos y varias secuencias de suspenso que no conducen a nada pero que están a tono con la parte técnica de la película. Ahora, lo que no termina de cuajar es la historia, transitada millones de veces. Argento no se toma tan a la ligera como uno esperaría a Drácula, sino que se propone hacer una versión bastante clásica y moderada, incluso aburrida. Hay algunos raptos gore y de desnudos, es cierto, pero son mínimos, cuando la historia (el trasfondo sexual del mito) y la trayectoria del director italiano hubieran soportado algunos desmadres. Hay un uso casi amateur de los efectos en CGI; en algunos tramos (la mayoría) son bochornosos, pero en otros (los menos) hay imaginativas ocurrencias, como cuando el Conde hace una aparición sigilosa, primero desde las sombras y luego mostrado con lujo de detalles, convertido en ¡una mangosta gigante!
Lo que sí me hizo mucho ruido, aunque fuera una marca de estilo, es el doblaje, que Argento suele utilizar bastante en sus películas. Es extraño el uso que le da, llegando a eliminar todos los sonidos directos (en una escena, que produce algo de vergüenza ajena, hay una jauría de perros salvajes emitiendo gruñidos y persiguiendo a una muchacha, pero los perros parecen más buenos que Lassie con bozal y no hacen ningún gesto con sus caras perrunas). Los únicos sonidos directos que parecieron respetarse son los diálogos de Rutger Hauer y de Asia Argento, pero el resto de los actores están pesimamente doblados y con muy poca gracia, es justo decirlo.
Pero, se agradece con creces (ejem), la proliferación de pechos que con donosura desfilan a lo largo de la película. Las tetas de una tal Miriam Giovanelli (desconocida, para mí al menos, y que interpreta a Tania) tienen un impacto tal en 3D que quién escribe esto se fue pensando mucho más en eso que en las cualidades del film. No se puede no mencionar los atributos de la gran Asia Argento, hija del mismísimo Darío, que hace un despliegue tan natural como cautivador de sus peligrosas curvas, lo cual lleva a pensar: ¿cómo será el momento de la filmación cuando Darío Argento tiene que poner en bolas a su propia hija y filmarla? Pregunta perturbadora y sin respuesta, casi como la que uno se hace una vez finalizada la proyección: ¿hacía falta otra película de Drácula?