Baby, baby, baby, you’re out of time
Eso de que “el viejo Dario ya no es lo que era, ya no es lo que era, ya no es lo que era” es una verdad a medias. Sí se puede decir que, por lo menos desde el disparate para todo el mundo detestable y para mí adorable que fue El fantasma de la ópera, su carrera fue algo más bien errática, con puntos bajísimos como El cartero, que tenía una trama típica de los thrillers de Argento pero, al tomar la decisión de no filmar los asesinatos -casi siempre los momentos más hermosos de su cine-, lo que quedaba era una berretada digna del canal Space, y la espantosa La madre de las lágrimas, que venía a cerrar de la peor manera posible una trilogía cuyas dos películas anteriores -Suspiria e Inferno- se caracterizaban por ser terriblemente oscuras y desesperanzadas: metiendo “magia blanca” y convirtiendo todo en una especie de Harry Potter de segunda selección. Pero también es verdad que durante este período Argento realizó dos pequeñas obras maestras a pura tripa y grand guignol para la serie Masters of horror: Jenifer y Pelts. Y que Giallo, si bien fue muy vapuleada, tenía un final deliciosamente depalmiano y se permitía hacer un chiste genial desde su título mismo al hacer que este remita no al subgénero con el que Argento inició su carrera sino a la hepatitis que sufre el villano de la película -también logra colar una escena totalmente disparatada en la que dicho villano se masturba con un chupete puesto mientras mira fotos de sus víctimas en la computadora-.
Su adaptación de la novela vampírica de Bram Stoker -y su primer coqueteo con el 3D- tampoco fue muy bien recibida, y su estreno en salas comerciales luego de unos treinta años sin películas de Argento fuera del “directo a video” y de los festivales y ciclos resulta una anomalía. El hecho de que cierta “nueva crítica” y otra no tan nueva parezca no haber visto en su vida una película europea de terror -sólo de esa manera puede entenderse que se haga tanto hincapié en el risible doblaje de esta película y se lo tome como algo malo cuando es una marca registrada del eurohorror desde hace más o menos cincuenta años-, no ayuda demasiado. Y hay que decir que tampoco ayuda la película. Porque si la posibilidad de verla en un multicine resulta una anomalía, la película misma es una anomalía aún mayor. Drácula 3D es una película tan descaradamente fuera de época, tan poco enterada de casi todo lo que sucedió en el cine en los últimos años, que resulta un bicho rarísimo y, por eso mismo, apasionante. Desde que surgió el 3D, el cine se adaptó muy rápido al formato. Y no hablo del uso del 3D en sí, sino al tratamiento de la imagen digital en ese formato. En la versión que se estrenó en la Argentina, la película se ve tan mal, tan berreta, como Sangriento San Valentín 3D, una de las primeras películas 3D de acción en vivo que se estrenaron aquí. Y digo “en la versión que se estrenó” porque, al revisar la película, lo hice con la copia 2D ripeada del Blu-ray que anda dando vueltas online, y la calidad de imagen es altamente superior, sin los “videazos” que vi en el cine. También está el temita del CGI, que no se parece a algo de hace tres o cuatro años sino a algo de hace veinte. Pero incluso en ese sentido la película tiene su encanto: en la escena en la que Van Helsing prende fuego a Lucy, ese fuego es una truchada inmensa pero, al mismo tiempo, esa imagen resulta enormemente bella.
Igualmente, la belleza de Drácula 3D no pasa exclusivamente por su carácter berreta, y su carácter berreta sí pasa exclusivamente por el lado de los efectos especiales. Más allá de eso, se trata de una película muy refinada, tal vez la más cuidada estéticamente desde Inferno, aunque en este caso el refinamiento no es exacerbado como en aquel triplete de imágenes ampulosas que fueron Rojo profundo, Suspiria e Inferno. El director de fotografía Luciano Tovoli -el mismo de Suspiria- logra construir una película repleta de imágenes bellas, con unos cielos de colores rarísimos y una tendencia a lo fluorescente que remite a Inferno, la película más fluo de la historia.
Drácula 3D es un bicho tan raro como aquel grillo gigante (o saltamontes, o mantis religiosa, dependiendo del crítico al que lean; se ve que los críticos somos pésimos entomólogos) en el que se transforma Drácula en el momento más alto de la película, una escena tan demente que hace que el defecto más grande de la película sea que no haya más momentos como ese. Es una película puramente Argento -incluso tiene el obligado momento kinky de mostrar desnuda a su hija Asia-. Tal vez no sea LA película con la que empezar si nunca vieron nada de este gran director, pero si hacen el esfuerzo de obviar los “videazos” y naturalizar un poco el doblaje, puede ser una experiencia endiabladamente divertida.