La mirada a uno de los libros de culto del terror como Drácula por parte de uno de los realizadores más famosos que ha brindado en ese género el séptimo arte, tal el caso del italiano Dario Argento, inevitablemente genera expectativa. Demasiada, porque ni ese libro es una novedad para la pantalla grande (Drácula es uno de los más versionados de la historia del cine), y tampoco ese cineasta es aquel que deslumbró hace décadas con obras que bordeaban el thriller con singular artificialidad y vuelo creativo.
Pero si la historia de Drácula no provoca miedo y el maestro del terror tampoco, ¿por qué siguen atrayendo? Porque cumplen con la máxima de este tipo de cine que es entretener, un cometido que concretan las buenas películas que generan miedo y aquellas dispares, como Drácula 3D , que mueven a risa. Difícilmente pueda decirse que esta visita del cineasta al libro de Bram Stoker sea una parodia, aunque termina siéndolo, pero no de la novela sino del giallo (el subgénero dentro del terror que Dario Argento cinceló hace cuarenta años) y que se hilvana aquí con lo bizarro en su faceta más esperpéntica. Así, su universo continúa, aún en su decadencia, siendo fiel a sí mismo y eso le permite con ciertas licencias.
En esta versión pergeñada por varios guionistas, Jonathan Harker no es un abogado sino un bibliotecario que va a clasificar los libros de Drácula. Y este conde no es sólo un vampiro sino que puede ser hasta una mamboretá gigante, amén del benefactor de un pueblo que calla ante diversos crímenes. La historia se desenvuelve por carriles tan declamatorios como convencionales, y el resultado es la sumatoria de diversas fuentes: emula al melodrama que con efectividad concretó Francis Ford Coppola en su propia versión, al gótico romanticismo de las producciones de la Hammer, e incluso al sanguinolento gore y el exhibicionismo sexual que rodeaba a Sangre para Drácula de Paul Morrissey, todo en un 3D retro y clase B. Poco puede señalarse del elenco salvo que Thomas Kretschmann, como el vampiro, busca referenciar al inolvidable conde encarnado por Christopher Lee para la Hammer, y que Rutger Hauer compone a un Van Helsing similar, pero lejano al que brindó Anthony Hopkins en el film de Coppola. El resto es un desfile de personajes rocambolescos y bellas señoritas (Asia Argento y Miriam Giovanelli se destacan) que pasean sus voluptuosidades al aire libre. La artificialidad del conjunto hace que el pasatiempo por momentos se torne aburrido merced a su impostada solemnidad si no se lo contempla con altas dosis de ironía.
Drácula 3D llegó tarde, porque era ideal para el doble programa de un cine de barrio. Pero si bien es sólo un pastiche, atado o no a la nostalgia y en decidido plan de divertimento, puede resultar igualmente encantador.