Un vampiro serio... y aburrido
¿Queda algo para contar sobre Drácula después de decenas de películas filmadas a lo largo del siglo y pico de historia del cine? La respuesta es, al menos para Hollywood, positiva, por lo que ahora se despacha con una nueva aproximación a las desventuras del vampiro más famoso con la humilde premisa de mostrar “la historia jamás contada”, tal cual anuncia con bombos y platillos su título. El factor novedoso está en el origen beligerante del personaje, encuadrándolo en el mismo grupo de reescrituras “realistas” de Blancanieves (Blancanieves y el cazador), Hansel y Gretel (Hansel y Gretel: cazadores de brujas) y la reciente –y muy divertida- Hércules 3D.
La trama comienza a mediados del siglo XV, cuando el Imperio Turco está en plena expansión y se dispone a quebrar la débil tregua con Transilvania pidiéndole mil chicos para integrar el cuerpo de jenízaros. Vlad, el líder de la comunidad y famoso por empalar a los cadáveres de sus enemigos después de la batalla, dice que no. Pero sabe que la derrota es inminente, por lo que recorre a un vampiro –o algo así- igualito a Lord Voldemort, quien lo convierte en chupasangres, dotándolo además de una serie de habilidades extras, como un odio absoluto, visión infrarroja (!) y la capacidad para desmaterializarse y convertirse en una bandada de murciélagos.
Ante semejante delirio, la ópera prima de Gary Shore podía haber desandado dos caminos diametralmente opuestos. El primero era hacerse cargo del absurdo riéndose con él y de él, algo parecido a Abraham Lincoln: cazador de vampiros. El segundo era tomarse en serio todo el asunto mediante una pátina grave y perentoria. Lamentablemente, Drácula: la historia jamás contada opta por esta última opción, construyendo un mundo inconsistente y arbitrario que hibrida la fantasía y la “suciedad” visual de Game of Thrones con la vacuidad de los chupasangres de Crepúsculo. El desenlace deja abiertas las puertas para una secuela. Están advertidos.