Drácula

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

La hora del espanto

Hubo un tiempo en que los monstruos eran monstruos, los malos eran los malos y Drácula era un símbolo del horror. Pero parece que ese tiempo ya pasó. En esta vorágine de revisitar clásicos desde otras perspectiva (de ahí ese subtítulo de La Historia Jamás Contada) se hizo un mamarracho de Frankestein (Yo, Frankenstein), se mimetizo a Juana de Arco con Blancanieves (Blancanieves y el Cazador) y se sensibilizo a la mala de La Bella Durmiente (Maléfica). El problema de estas nuevas visiones no es que sean edulcoradas, confortablemente fantásticas o burdamente mainstream, sino como son ejecutadas. Con Drácula (Dracula Untold) estamos frente a una experiencia traumática.

Ojala pudiera decir que es traumática como cuando me encontré con la Nosferatu de Werner Herzog. Aquel miedo infantil de enfrentarme con la espeluznante criatura deforme que encarnaba Klaus Kinski. No, esto es otro tipo de trauma. Una experiencia de profunda frustración. ¿Qué otra cosa puede surgir de una película que pone a Drácula como un X-Men? Un superhéroe que se enfrenta a todo un ejército y manipula murciélagos como una extensión de su cuerpo. Una historia que pretende ser densidad y espanto. Cumple. Causa espanto ver a un monstruo legendario que ahora es bueno, sensible, y ante todo, justo. Porque hacer eso con el empalador en el cual se basa el personaje, sepultando su fragor en la anécdota. Este Vlad/Drácula se muestra pacífico. ¿Donde habitan los monstruos ahora? Creo que uno debe buscarlos fuera de la gran industria, en directores que entienden que un icono de horror está hecho para crear miedo, no para ser Aragorn de El Señor de los Anillos. Para eso está Aragorn de El Señor de los Anillos. No Drácula. La muerte del horror a manos de los efectos digitales épicos, de una maniquea historia de amor.

Con Drácula: La Historia Jamás Contada estamos frente a una experiencia traumática.
Pero esto no es culpa del amor. El Vlad (Luke Evans) que ama a Mirena tiene razón de ser. Que se sumerja en demonio chupasangre cuando ya no la tiene es correcto. La cuestión es su apático desarrollo. El mejor ejemplo es el momento cúlmine de su relación. Se intenta transmitir emoción mediante la espectacularidad para subsanar su carencia de espíritu. Hay caminos. Hay formas. Me viene a la memoria la gran Drácula, de Bram Stoker dirigida por Francis Ford Coppola. Ahí estaba el amor conviviendo cinematográficamente con la lascivia. Una pasión monstruosa acorde al personaje.

Aunque en el comienzo de esta Drácula pueda percibirse algo de terror, presentado con un mal antiguo que habita una caverna de Transilvania (y donde acude Vlad a buscar la salvación a la invasión turca), nunca logra transformarse en horror. La película elige las batallas junto a una inútil y vacua grandilocuencia. El enfrentamiento con los turcos (la diferencia entre buenos rumanos y malos turcos es la buena pronunciación del inglés, algo para pensar acerca de su visión del bien y del mal) resulta insignificante. Tomar al vampiro por antonomasia para mostrar batallas, poderes y un burdo dramatismo, deja, me quedo con el terror.