El conde Drácula, heroico y épico
Los ríos de tinta roja que Bram Stoker (el autor de la novela Drácula) expandió sobre la imaginación moderna aún tienen mucho caudal para explorar. Tan así que siempre que parece que la legendaria criatura del escritor irlandés ha perdido el filo de sus colmillos y ha cerrado la tapa de su ataúd, aparece un director que lo devuelve a la vida con alguna propuesta aggiornada y sanguínea.
Drácula, la historia jamás contada, de Gary Shore, es una apuesta, por lo menos, distinta.
El director optó por retornar a los orígenes del vampiro, situando la acción a finales de la Edad Media, en el marco de las luchas entre los principados de la Europa Oriental y el Imperio Otomano.
Si bien dicho enclave es la punta inspiradora de la novela de Stoker, lo singular del relato de Shore es que clava estacas en ese contexto para llevar a la pantalla grande a un Drácula heroico y épico.
El fornido Vlad (traslación a la ficción de Vlad Tepes, el príncipe de Valaquia conocido como “El Empalador”) se rebela contra el Emperador de los turcos cuando le exige el tributo de mil niños, incluido su propio hijo, para ser formados como soldados del ejército otomano. Tras la negativa el príncipe rumano (Luke Evans) debe defender a su pueblo del inminente ataque de un enemigo superior en número de hombres y poderío económico. La salida de la encrucijada está en una oscura caverna de Transilvania, donde Vlad hace un pacto con un diabólico vampiro.
Ese personaje cavernoso, interpretado por Charles Dance, una cara conocida de las historias medievales (Tywin Lannister en Juego de tronos), es el único que bebe de las venas del thriller.
Los demás personajes se ajustan a una caracterización más propia de las epopeyas heroicas que de las películas de terror o inspiración gótica. Y ese es el tratamiento que prima en toda la cinta. El suspenso cede ante el ritmo frenético de la acción y las íntimas escenas en castillos son desplazadas por el esfuerzo que una mega producción volcó en la recreación de grandes batallas.
La dinámica versión Shore se libra de algunos clisés de las historias vampirescas para servirse de otros: los del héroe que se sacrifica para salvar a su pueblo y su familia. Fiel a su afán de contar “la historia jamás contada”, el director trae de vuelta a Drácula, con una apariencia más cercana a los príncipes románticos que a los vampiros emblemáticos.