De padres e hijos
No hay que ser un experto y fanático de la saga Dragon Ball para comprender y meterse de lleno en la nueva incursión cinematográfica: Dragon Ball Super: Broly (2018), un apasionante relato sobre linajes e identidad que potencia algunas de las tramas, ya vistas en los episodios televisivos, sumando la majestuosidad de la pantalla grande pero manteniendo su animación tradicional.
Para aquellos que no saben nada de nada de este manga, publicado originalmente en 1984 y que ha atravesado generaciones, en Dragon Ball, una infinidad de guerreros saiyajin se enfrentan y perfeccionan para demostrar cuál es el verdadero y más grande de todos. El bien y el mal entran en conflicto cuando algunos de estos saiyajin deciden que es preferible estar del lado “oscuro”, y asociarse con algunos seres nefastos que sólo buscan su bien y no el comunitario como el resto, entonces la guerra y la pelea se plantea como única opción para sobrevivir y relacionarse.
Justamente allí radica la clave de Dragon Ball, y en este caso, Dragon Ball Super: Broly avanza como un potente viaje por toda la saga, deteniéndose en la particular lucha de Vegeta y Goku por mantener al margen de toda batalla y presión a sus familiares e intentando destruir a Broly, un super saiyajin, que se mantuvo en el exilio durante años y de manera casi ermitaña. Controlado ahora por el malvado Freezer, quien a pesar de haber colaborado con Vegeta cree que lo mejor es enfrentarlo y recuperar las esferas de dragón (fuente inagotable de poder y uno de los puntos más importantes del envío) para su propio beneficio, Broly buscará venganza por la vida en solitario que le tocó.
Con una estructura clásica, que privilegia la presentación de sucesos, escenarios y -obviamente- personajes, el realizador Tatsuya Nagamine, explora los complejos temas asociados a la identidad de los protagonistas y cómo éstos determinan los comportamientos y acciones de cada uno en la película. El melodrama se hace presente en un relato que tiene momentos que la acercan a clásicos de la dramaturgia, con proliferación de situaciones que ponen en evidencia la disputa por el poder, la necesidad de identificarse con figuras parentales, la construcción de cadenas de complicidad y solidaridad, y la exploración de la fantasía para hablar de cuestiones terrenales.
Cuando Dragon Ball Super: Broly avanza en estos puntos, los subraya y enfatiza desde la acción, la dinámica de la historia supera su origen y fundamento, trascendiendo la animación y posicionando la propuesta en la mejor línea de narraciones fantásticas, que apelan a recursos de ciencia ficción para anclar aún más la “verdad” que se quiere decir y que la presentan como una propuesta dramática más.
Si por momentos la ida y venida en el tiempo marea y confunde, la parsimonia y la progresión lenta con la que luego se desarrollan los hechos, no hacen otra cosa que reafirmar las puntas de un guion que subraya algunos acontecimientos particulares para superar la anécdota puntual y, de esta manera, recuperar la nostalgia de la educación animada en los espectadores para satisfacerlos en su necesidad de necesitar más y más de Dragon Ball.