Jamás pensé en la posibilidad de decir algo negativo acerca de Dragon Ball. Siendo un niño cuando el dibujito -¿quién hablaba de manga o animé entonces?- empezó a ser emitido por Magic Kids a mediados de los '90, eran pocas las posibilidades de no ser un fanático de las aventuras de Goku. Víctima de aquella tortura diseñada por un genio del mal, ser seguidor implicaba la chance de encontrar, de un día para el otro, que el programa había vuelto a su comienzo y que una vez más se lo tendría que ver a la espera de que eventualmente llegaran nuevos episodios. Dragon Ball era diferente y por eso despertaba otro tipo de pasiones. Porque no tener un muñeco de Los Caballeros del Zodiaco, un lujo restrictivo que costaba $50 pesos de la época -el mío lo recibí solo por las buenas notas al final del año escolar- era estar fuera de la movida, pero no hacía falta tener un Goku articulado para ser parte de este universo. Uno ya estaba incluido.
Los torneos de las artes marciales, Tao Pai Pai volando en columna, ese primer vistazo a nuestro héroe hecho un adolescente luego del entrenamiento en el templo de Kami Sama, la muerte de Krilin, tantas secuencias inolvidables acompañadas por el café con leche de las 07:30, antes de salir para clase. Todo es un recuerdo imborrable, lo mismo que la llegada de la nueva era, la Z, que se abría de la manera más cruel eliminando al protagonista en los primeros episodios, inaugurando un mundo gigante de posibilidades a partir de la palabra Saiyan. Se trató de un viaje de años, de crecimiento junto a los personajes. Enemistades a muerte que se convirtieron en alianzas inquebrantables, batallas imposibles con consecuencias demasiado grandes para sobrellevar sin ayuda, guerreros poderosos que al tiempo no eran más que insectos, Dragon Ball y Dragon Ball Z –GT tuvo sus momentos, pero ya era otra la edad, otro el impacto- fueron compañeros de ruta de miles de chicos. De aquellos que podían soportar que los 5 minutos de existencia que le quedaban a Namekusei tras el ataque de Freezer se extendieran por varios episodios –cualquiera dirá que son los 5 minutos más largos de la historia- o de los que se emocionaban con el rostro de Goku intentando salvar al planeta una vez más de una destrucción segura a manos de Cell. Para ellos, nosotros, es Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses, una película nostálgica mas no por su capacidad de recuperar un sentimiento, sino porque por fuerza de título ya remite a todo lo que se ha mencionado arriba.
Es, antes que nada, una producción apurada. Ha habido tiempo de sobra para volver a trabajar en torno a estos personajes y los realizadores –entre los que se contó Akira Toriyama- sin duda se tomaron libertades. La historia tiene lugar durante lo que se llama la "Década Perdida", en el marco de los diez años que pasaron luego de finalizada la saga de Boo. Un período amplio para trabajar, en el que los involucrados podían dar rienda suelta a sus ideas y crear figuras totalmente desconocidas –de hecho jamás se hizo referencia a Bills, el Dios de la Destrucción-, así como rasgar la propia mitología de las sagas al incluir cosas fundamentales de las que jamás se habló. Ellos toman esa carta blanca y el público la acepta, después de todo es la primera producción en estrenarse en cines después de la olvidable Dragon Ball Z, la película, esa en la que el villano era un sujeto igual a nuestro héroe pero llamado Turles. Y la decepción es grande al evidenciar que -dentro del film, no fuera de él- hay algo que no funciona.
El hechizo no se rompió, evidentemente los recuerdos están más que vivos en la gran cantidad de espectadores que compraron sus entradas antes del estreno y que harán largas filas a la espera de conseguir una butaca. El problema es que la película no es buena y quienes la hicieron no lograron recapturar la esencia por fuera de lanzar a los personajes una vez más a la pantalla. Busca ser grande y es sumamente pequeña. Todos los amigos del protagonista están en escena, no obstante hay muchos que no tienen otro destino más que ser un decorado familiar –si se saca a Goku, mi apoyo incondicional siempre fue para Ten Shin Han, que aquí ni habla-. Se trata, entonces, de una simple apelación a la nostalgia que nunca se esfuerza por ser algo más. Aspira a ese distintivo sentido del humor que siempre acompañó a la serie, que sin ser especialmente graciosa –no eran muchos los momentos de genuina risa a lo largo de todos los capítulos- gozaba de una enorme simpatía. Este intento por tocar el hilo sensible de la audiencia lleva a que por momentos no tenga sentido y que, por ejemplo, se traiga de nuevo a Pilaf y sus secuaces, irrelevantes a lo largo de todo Dragon Ball Z.
La película no tenía que ser una obra maestra y perfectamente podría habérsela sobrellevado con un buen combate. El sacrificio de algún secundario daría el golpe de emoción y el espectador quedaría satisfecho por ver una vez más a Goku y compañía en pantalla. Imagino que cualquier amante de estas aventuras podría hacer su propio fanzine, su fan fiction personal, su concepto de cómo tendría que ser una película de Dragon Ball y posiblemente llegarían a un resultado mejor, porque uno sabe que la pelea no puede fallar y extrañamente aquí es uno de los componentes más desaprovechados. Sus escasos 85 minutos por momentos se hacen muy pesados, algo que llama la atención si se habla de una serie que era capaz de extender 5 minutos a lo largo de 5 episodios. Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses está muy por debajo de la altura a la que el animé llegó y se ve muy desmejorada incluso frente a otras películas –Un Futuro Diferente es una joya en comparación-.
Lo que pasa por fuera de ella es, no obstante, algo muy diferente. Busca retomar un espíritu, celebra con todos los personajes en pantalla -no hay tantos juntos desde Dragon Ball GT, en la fiesta de Capsule Corp tras la pelea con Baby-, apunta al grupo de amigos que se reunirá para rememorar la infancia y en ese sentido logra su cometido con creces. No por nada ha habido un esfuerzo invaluable en traer a Mario Castañeda y a René García para que aporten las voces que hemos sabido apreciar y distinguir con facilidad. Ha sido un fenómeno de ventas y ha vuelto a poner sobre la mesa la importancia de Dragon Ball, que no siguió en la producción de sagas como en el caso de Los Caballeros del Zodiaco. No se puede vivir de recuerdos ni se puede pretender que un álbum de fotos sea suficiente, pero es una forma de volver a poner en escena la fuerza de lo creado por Akira Toriyama. Quizás esto sea solo el comienzo y suponga el impulso necesario para ayudar a toda una nueva generación de espectadores a crecer con Goku y sus amigos.