Adiós Goku
En 2013, Akira Toriyama se convenció de que necesitaba hacer más dinero con la franquicia de Dragon Ball y volvió a escribir una aventura para Goku, Vegueta y demás personajes. El resultado fue Dragon Ball Z: la batalla de los dioses, extraña visita al universo creado en 1984 donde veíamos a los personajes reunidos en una especie de evento de egresados, rememorando, comiendo y festejando el reencuentro. Aparecía la amenaza de Bills, el dios de la destrucción que era una especie de gato egipcio gigante y caprichoso que aceptaba no destruir la Tierra a cambio de los deliciosos manjares que aquí se cocinan. La película era pequeña pero amable, distendida y cariñosa. Toriyama aprovechaba para sacarle algo de solemnidad y agregar un poco de ese humor pícaro que tanto le gusta y al que no pudo acudir durante el desarrollo de Dragon Ball Z, que le exigía enemigos poderosos, batallas, entrenamientos y repetir el mecanismo hasta el infinito.
Lamentablemente los otakus y simpatizantes del manga y el animé han sido padres, y de esos que no pueden permitir que sus hijos tengan gustos propios. Entonces hay un ferviente ejército de niños que están desesperados por ver un Goku de su época, y padres desesperados por alguna excusa para ver Dragon Ball de nuevo. Atrás ha quedado la infame Dragon Ball GT y la mutilada edición y remasterización llamada Dragon Ball Z Kai y, luego del éxito de La batalla de los dioses, el camino es uno solo: secuela y reboot llamado Dragon Ball Z: la resurrección de Freezer.
El título es elocuente, ya que vuelve Freezer, el enemigo más agotador de la historia de la televisión: su batalla con Goku debe haber sido la que más capítulos abarca en la historia de la serie y el mundo. Luego de entrenar, junta un ejército y se va a la Tierra a matar a Goku. En la Tierra las cosas están más o menos igual a lo que veíamos en La batalla de los dioses. Por supuesto, se viene una gran batalla.
Aquellos que hayan visto algunas de las 14 ó 15 películas anteriores basadas en Dragon Ball Z notarán la diferencia de aquellas escritas por Toriyama o no. Es decir, aquí Toriyama vuelve a imprimir ligereza, desparpajo y humor, pero como está contando un reboot nos quiere también introducir personajes y explicar desde los diálogos un montón de datos innecesarios para la película, los cuales seguramente sean importantes en la nueva serie que pronto tendremos llamada Dragon Ball Z Súper. Esto termina pareciéndose a ese corpus de películas-prólogo a las cuales nos tiene acostumbrados Marvel, cuyo peores exponentes son Iron Man 2 y Thor, donde no importa lo que sucede sino qué datos nos aportan para lo que viene. Desde ese punto de vista, la película pierde bastante interés: nada va a suceder más que acomodar los tantos como para que lo que sigue no quede tan descolgado. Además, como transición tampoco funciona del todo: es ociosa y un tanto larga, se toma mucho tiempo para llegar al clímax de una premisa que es demasiado simple, con dos tramas bien definidas y lineales. Esto nos hace pensar que debería ser obligación, a partir de este año, que todos los realizadores deban entender la narrativa desde el visionado de Intensa-mente.
Mientras miraba la enésima piña que le pegaba Freezer a Goku y viceversa, pensé que quizás ya no puedo permitirme ver Dragon Ball Z desde la inocencia, el fanatismo y la melancolía. Por lo tanto, aunque mire cada uno de los capítulos de Dragon Ball Z Súper, voy a ser un espectador ajeno porque esos personajes ya no me pertenecen, sino que son de una generación nueva y también de Akira Toriyama y su camión lleno de billetes.