El camino de éxito estrepitoso de Drive my Car empezó en julio de 2021, en el Festival de Cannes, donde ganó tres premios, incluido el de Mejor Guion. De allí en más, la película no hizo más que cosechar premios en todas partes, incluido el de Mejor Película Extranjera en los Globos de Oro. La película de Ryūsuke Hamaguchi llega a los Oscar ahora con cuatro nominaciones, entre las que se cuentan nada menos que Mejor Película, Mejor Director y Mejor Película Extranjera.
Drive my Car, que tendrá dos funciones en la Sala Lugones y podrá verse en la plataforma Mubi a partir del 1 de abril, pasa a monopolizar entonces la cuota occidental de cine japonés, cupo que se reduce apenas a dos o tres películas por año, y que suelen acaparar viejos conocidos como Kiyoshi Kurosawa o Hirokazu Koreeda.
Cuesta recordar otro filme japonés que haya producido tanto interés. De hecho, durante 2021, Hamaguchi no solo estrenó otra película, Wheel of Fortune and Fantasy, sobre tres historias que evocan los cuentos morales de Rohmer o su Las citas de París, que fue casi ignorada. El clima nocturno de Drive my Car, con sus seres golpeados por dramas secretos, ofrece un encanto, un plus que las escaramuzas románticas de Wheel, más lúdicas y luminosas, no parecen haber conseguido.
Basada en un cuento de Haruki Murakami del libro Hombres sin mujeres, Drive my Car empieza con una historia que Oto, la esposa de Yusuke, le narra al marido en la cama. Ese cuento dentro del cuento trata de una chica que se cuela todas las tardes en la habitación del compañero de secundaria que le gusta. La chica toma pequeños objetos como souvenirs y deja a su vez ofrendas propias. Un día, la chica recuerda su vida pasada como lamprea, un pez sin mandíbulas que se adhiere a su presa y la roe como un parásito. Aunque se trata, aclara Oto, de una lamprea noble que elige roer piedras del lecho marino antes que a otros animales.
Un día, cuando la chica trata de recordar cómo fue que murió, alguien entra en la habitación. La historia de Oto termina allí sin que ella o Yusuke sepan el final. Se trata de uno de los pasatiempos preferidos de la pareja: ella, guionista de televisión, improvisa historias para el marido, director de teatro, que las completa. El aire enrarecido de la historia de Oto contamina la película toda y le imprime su respiración desconcertante.
Todo se desmorona velozmente sin que Yusuke pueda hacer nada para impedirlo. En apenas unas escenas, el guión revela que los dos tuvieron una hija que falleció muy pequeña, y un día, al volver antes a su casa, el protagonista encuentra a su mujer con otro hombre. Yusuke calla, pero la tragedia se precipita y Oto muere por una hemorragia cerebral. Es ahí cuando empieza otra película, otra historia dentro de la historia, en el momento en que el viudo viaja a Hiroshima para dirigir una puesta de Tío Vania.
Hamaguchi tiene una manera singular de disponer las relaciones entre sus personajes. Entre Yusuke y el reparto de su nueva obra se tienden vasos comunicantes que la película muestra poco a poco, tal y como sucede en la literatura de Murakami, donde criaturas a la deriva se encuentran por azar o por algún influjo fantástico.
El método actoral de Yusuke consiste en practicar las escenas de memoria en cualquier momento del día. Con ese fin, Oto le graba todos los diálogos de Tío Vania excepto los suyos para que pueda pronunciarlos mientras maneja. Después de la muerte de Oto, Drive my Car se transforma en una película de fantasmas leves: la voz de Oto que sale del estéreo del auto crea una escena espectral y cada viaje se vuelve una ocasión para conversar con los muertos.
La dirección de la obra en Hiroshima pone en contacto a Yusuke con una galería de seres extraordinarios. Los ensayos grupales se vuelven un espacio que oscila entre la descarga emotiva y la magia, y fuerzan a Yusuke a enfrentar el misterio de Oto, de su existencia y de su partida intempestiva. Para Hamaguchi el teatro no es solo la oportunidad de filmar una catarsis sumaria sino mucho más, un diorama en el que resuenan las miserias y los brillos de la vida y que el cine, como la lamprea noble de Oto, puede vampirizar y revitalizar.