Hay un tipo de película que cada tanto llega a los cines y que suele recibir por igual tanto alabanzas exacerbadas como críticas despiadadas, como si se tratara de uno de esos títulos que, para mal o para bien, cambiará la historia del cine tal como la conocemos.
Drive es un film que cuenta con características que la ubican en este rango, aunque se trate solamente de un trabajo discreto, que no termina de encajar, pero que puede gustar o disgustar por las mismas razones.
El relato nos muestra a un conductor (el "driver" del título) solitario, silencioso, que trabaja por encargo haciendo lo que mejor le sale: manejar el auto que se le ponga delante. Por la noche, nuestro personaje trabaja para la mafia pero nunca dos veces para la misma persona. En uno de los encargos, las cosas salen mal y el mercenario encarnado por Ryan Gosling decide vengarse. Claro, en el medio parece asomar una potencial historia de amor, enmarcada en un cúmulo de persecusiones y peligro inminente.
El film de Nicolas Winding Refn, especialista en el subgénero de la acción con pretenciones artísticas (así lo ejemplifica la trilogía Pusher), sobrecarga su perfil como director y entrega una historia simplona y que no va más allá de lo que hemos visto en películas como la francesa El transportador o 60 segundos. Sin embargo, el realizador hace lo suyo con oficio de preciosista y le imprime a la narración planos refinados y una fotografía pop, en la que composición de cuadro y el balance del color son las premisas excluyentes.
Lo mencionado es los que hace de Drive un film que puede gustar a los seguidores del cine de acción y aventuras pero que también acercan al cinéfilo en busca de una mirada distinta al género fierrero. Claro que al mismo tiempo los mismos elementos pueden ocasionar que la película termine por no convencer a ninguno de los dos. Para ser "de acción" le falta contudencia, para pertenecer a un cine con pretenciones logradas le sobra banalidad disfrazada. Y no hay nada peor para un auto que quedarse a mitad de camino.