Drive

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Un cine físico, tan retro como actual

Este film con Ryan Gosling y Carey Mulligan sigue la senda de un estilo creado por grandes como Samuel Fuller en los años ’50.

En el cine estadounidense de los años cincuenta existía un cine “físico”, donde la violencia cobraba importancia no de manera gratuita sino lógica dentro de los parámetros genéricos de entonces. Samuel Fuller, un outsider dentro del sistema, forjó su trayectoria a través de la “fisicidad” de situaciones y personajes con títulos claves (El rata, El beso amargo, Casco de acero, El kimono escarlata) de su sólida filmografía. Los años ’70 y parte de los ’80 retomaron parte de esta postura (nunca pose) que concilia la “fisicidad” con la acción y las persecuciones automovilísticas (Bullit, Driver, La fuga del loco y la sucia) donde el auto traslucía como objeto fetiche y extensión del cuerpo que soportará momentos extremos.
Dentro de esos códigos procedentes de un cine anterior se manifiesta Drive, mirando hacia atrás pero ubicándose en un presente del cine de acción entremezclado con una historia de amor. La pose, ahora sí, canchera, gélida y desganada del personaje sin nombre que interpreta Ryan Gosling, doble de riesgo y participante necesario pero secundario en atracos y robos, convive junto a la trama romántica encabezada por una madre soltera (Carey Mulligan) que tiene a su pareja en la cárcel. Entre ambos, surgen personajes secundarios de notorio peso encarnados, entre otros, por dos temibles rostros como los de Albert Brooks y Ron Perlman, este último a un paso de servir como ejemplo de la teoría de Darwin. Habrá un robo que no sale bien, una plata de por medio y algunas traiciones, es decir, un esquema básico dentro de las películas de chorros, mafiosos y supuestos culpables e inocentes.
Sin embargo, además de su aroma retro, quien está detrás de las cámaras es quien conoce los códigos que identifican a esta clase de películas. El danés Nicolas Winding Refn, responsable de la trilogía Pusher (fisicidad sin vueltas), articula una estética añeja con una violencia seca y visceral que no tiene filiación con el cine de acción de estos días. En realidad, durante la media hora inicial, un par de secuencias de montaje pueden causar desconcierto a través de su visible dejà vu, pero con el devenir del relato y la aparición de personajes periféricos de peso (los mafiosos Brooks y Perlman, el esposo de la protagonista) alrededor del hierático Gosling, el cineasta danés monta su operativo de violencia sin escamoteos, en forma directa e impactante.
En los últimos años, el cine dio dos ejemplos parecidos, aun con tramas diferentes: la extraordinaria Una historia de violencia (2006) de David Cronenberg, y la olvidada Revancha (1999) de Brian Helgeland, con un Mel Gibson aún soportable. Aun sin estar a la altura de las dos, por esos caminos se desarrolla Drive, una película retro y actual, pero también, romántica y violenta. A pura fisicidad, jamás entrañable sino dirigida a las entrañas.