Entre la violencia y el melodrama
Drive actualiza al noir desde un rótulo que merece prefijo: neo-noir. Conjunción de una estilística que hereda el abismo trágico de brumas blancas y negras de los films del `40, así como la violencia gráfica de su refundación durante los `70.
El cine dispara hacia tantos otros intereses que, cuando aparece un film que gusta, mayor el impacto cinéfilo. Como cuando se sabe que, por ejemplo, un escritor admirado es llevado a la pantalla. Las ganas, entonces, de ver qué pasa con tal o cual libro en su traslación fílmica. Etc.
Drive es novela de James Sallis. Y, a decir verdad, no es de las favoritas de este cronista. Mejores, desde este parecer, son aquellas que constituyen una saga melancólica, con New Orleans como telón de fondo, para las peripecias (metafísicas) de Lew Griffin. ¿Habrá Lew Griffin en cine? De todos modos, Drive -editada por RBA? contiene al cine como escenario en sí, en Los Angeles, con su protagonista como doble automovilístico de escenas de riesgo, como chofer de robos, a partir de una escena de sangre y muerte inicial, más la consecuente deconstrucción y desarrollo de la novela.
Además. El realizador es Nicolas Winding Refn. Conocido, sobre todo, por Pusher (1996), film de violencia coral que el director danés continuara en dos oportunidades más, con títulos intermedios como Bleeder (1999) y Fear X (2003). Si el intercambio de dinero -entre préstamos y devoluciones que no terminan? es nudo en Pusher, la sangre hará lo propio, entre venas y venas, para el caso de Bleeder. Fear X, en tanto y con John Turturro como protagonista, indaga en la búsqueda interna y sin fin de un guardia de seguridad sobre la identidad del asesino de su esposa. Cámaras de vigilancia guardan, granuladamente, algunas pistas.
Luego vendrían Bronson (2008) y Valhalla Rising (2009). Esta última con protagónico de vikingos, y la anterior como responsable del interés del actor Ryan Gosling por el paradero de Winding Refn para su dirección en Drive. Gran acierto. Y, por lo que se sabe, colaboración feliz que se prolonga en la actual filmación de Only God Forgives, con estreno previsto para 2012.
Entre tantos títulos, decir que es el alma negra del policial la que corroe -nunca mejor dicho? el alma de estos personajes. La crítica ya lo ha señalado y el galardón en el último Festival de Cannes a Refn lo acredita: Drive actualiza al noir desde un rótulo que merece prefijo: neo?noir. Conjunción de una estilística que hereda el abismo trágico de brumas blancas y negras de los films circa ?40, así como la violencia gráfica de su refundación durante los ?70. Más música de remembranzas posteriores. Drive es lugar de encuentro para esto y mucho más pero, sobre todo, instancia de reformulación. Allí lo mejor.
El "driver" (Ryan Gosling) es el hombre sin nombre, de pasado difuso y caminar pausado. Late en él una violencia a punto de estallar, de sonrisa apocada, con escarbadientes mordido, y campera con escorpión dorado. Quién es, qué más da. Lo que importa es lo que hace. Manejar. Lo hace en películas donde tampoco tiene nombre, para ladrones de ciudad, o para cuidar de esa vecina (Carey Mulligan) y su hijo. También porque, parece, se enamora. Caballero romántico, con armadura de siglos pasados, el driver tiene, en este sentido, un cariz chandleriano pero también westerniano, tanto por las referencias a Eastwood/Leone como por lo que concierne a Shane, el desconocido (1953).
Drive se perfila, de a poco, como un mundo de caída. Entre personajes siniestros, de intenciones escondidas, víctimas de un mismo entorno que los procrea y cobija. Mundo sin ley porque es pasional e irracional. Las armas podrán, por ello, estar contenidas en objetos mundanos, en un adorno, en la furia dormida. El driver no quiere ?o lo evita? pero al final mata. Y cuando lo hace parece que sabe cómo. ¿Qué más esconde su hacer taciturno, su rostro de a poco derrumbado, su sudar nervioso, su seguridad en el uso del martillo?
Cuando la violencia explota no puede decirse que al espectador se lo tome por sorpresa. El hilo, por fino, se corta. Y todo estalla. Son pocas escenas, pero suficientes como para ser indelebles. Así como explícitas, algunas más abstractas. Con un desenlace de sombras que pareciera evocar el hacer de un vampiro. Es que una vez arribada esta instancia, Drive hace bastante que se encuentra en un registro de variación temporal casi surreal. Hay un beso, y ese beso dura lo que no debiera o lo que se quisiera. Luego golpes y muerte. La percepción se altera porque el puente que separa como norma ya hubo de atravesarse, de quebrarse. El registro se vuelve ahora diferente, emocional.
Lo que se enhebra, finalmente, es una poética de amor, de vida y de muerte, con tantas gotas de melodrama como merece un relato noir. Con el driver como cowboy anónimo, como doble (o sombra) de tantas estrellas de películas con nombre. Él, en tanto, vive bajo un techo con humedad. Esa mancha dice más que cualquier palabra.