Drive

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Peligro al volante

Con Steve McQueen en el retrovisor, Ryan Gosling compone a un conductor de temer, por más de un motivo.

El de Drive es un caso testigo de cómo un relato que, por su trama, puede pasar tranquilamente desapercibido, y a partir de una puesta en escena entre seca y vibrante termina siendo atrapante. Negocios sucios en una película bien clase B, pero con el brillo de un equipó de Primera A.

El protagonista es un tipo sin nombre, ni pasado, pero con el rostro del canadiense Ryan Gosling. El conductor -llamémoslo así- se gana la vida manejando automóviles en escenas de riesgo en Hollywood. Es “un trabajo de medio tiempo”, como dirá las pocas veces que quiera abrir la boca. El resto, lo pasa en un taller o hace otros trabajitos detrás de un volante. Como llevar malhechores en plena huida tras un robo. Pero el conductor no planea los robos y ni siquiera lleva un revólver. El sólo abre la puerta del auto, y maneja en las fugas. Los primeros 9 minutos de la película ya valen el precio de la entrada.

El personaje es otro dentro del auto, pero no como si se transformara, sino como si sentado al volante fuese él, y afuera, no.

Y afuera es donde conoce a Irene (la inglesa Carey Mulligan, de Enseñanza de vida y Nunca me abandones ), vecina con hijito del hotelucho donde vive, y a cuyo esposo ayudará cuando éste salga de prisión.

Adivinen en qué consistirá la ayuda.

Originalmente, Drive -que le valió exageradamente a Nicolas Winding Refn el premio al mejor director en Cannes 2011- iba a tener otro protagonista (el australiano Hugh Jackman) e inclusive otro realizador. Por fortuna el danés se hizo cargo del proyecto -como antecedente, en su filme anterior, Valhalla Risng , Mads Mikkelsen era un luchador... mudo- y siguió adelante con esta producción hollywoodense, pero sin restarle su rasgo de cine de autor, alejándose de lo que pudo ser un émulo de Rápido y furioso .

Las cámaras lentas, los decorados de los cuartos del hotel, los juegos de luces y sombras proyectadas, el escarbadiente en la boca y la campera con un escorpión dorado, todo está teñido de un mismo tono y paleta. El color que pasará a predominar -el rojo- llegará cuando comience el baño de sangre, aquello que aleja a Drive del producto exquisito o pasteurizado con que algún productor habrá soñado, para ganar en carne y bravura.

Por más que trate de disimularlo, Gosling se fijó en Steve McQueen y le agregó algo de locura salvaje. El actor de Diario de una pasión y Secretos de Estado se luce y gana en cada confrontación, sea con Albert Brooks, Ron Perlman o Bryan Cranston. Porque da la idea -e infunde miedo- de que, en cualquier momento, ese taciturno y silencioso personaje, aunque cruzado de brazos, está por explotar.