Todo parece caer en picada en la vida de Martina, la visceral protagonista de la tercera película del chileno Che Sandoval. Igual que en sus dos largometrajes anteriores - Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que voh-, la sexualidad ocupa un lugar central en la historia, esta vez como trauma inicial de una cantante hundida en una crisis múltiple (emocional, erótica, familiar, profesional) que encontrará la posibilidad de reinvención en un inesperado viaje a Chile. Antonella Costa asume con decisión la díscola personalidad de esa mujer de armas tomar, resuelta, desprejuiciada, resistente y siempre fiel a sus deseos.
Sandoval no duda en armar a su alrededor una trama en la que la funcionalidad es claramente más importante que el verosímil y el humor se apoya sobre todo en la provocación, más de una vez concentrada en el recurso pueril de las confusiones que producen las acepciones de una misma palabra en Chile y la Argentina. El propio director ha confesado que sus films suelen partir de una broma superficial. En ese derrotero, Dry Martina alterna momentos en los que fluye con gracia y naturalidad con otros menos elegantes y artificiales.