La conquista, el ir al frente, siempre directo al grano, insistir, presionar, etc., para que la chica lo acepte, culturalmente fue una costumbre del hombre. Pero, en este caso, la situación se invierte, porque es Martina (Antonella Costa) quién lleva la iniciativa ante el varón.
Che Sandoval se centra en la vida y obra de la protagonista, que es cantante y compositora que tuvo su época de mayor popularidad en los años ´90, y actualmente continúa haciendo presentaciones en vivo.
Martina tiene un buen pasar económico, su padre está internado en estado de coma, hace tiempo que no tiene pareja, no porque no quiera o no tenga oportunidades, todo lo contrario, ella es joven, muy atractiva y destila sensualidad a su paso, pero su problema es que perdió el deseo sexual, ya no se excita como antes y eso la frustra aunque no la deprime.
Hasta que aparece en la puerta de su casa una chilena llamada Francisca (Geraldine Neary) que dice ser fan suya, pero no lo hace sola, la acompaña su novio César (Pedro Campos), y Martina queda enloquecida con él. A partir de aquí la cantante toma el impulso para acercársele y consigue lo que desea por partida doble, al chico que le gusta y, sobre todo, volver a excitarse.
Antonella Costa compone un papel a su medida para lucirse. Es muy jugado, porque interpreta a una chica decidida, desprejuiciada, que utiliza un lenguaje directo, procaz, sin eufemismos, que no estamos acostumbrados a escucharlo a través de una mujer. Su cuerpo es un arma de seducción, lo exhibe sin pudores porque está segura de sí misma y de lo que necesita.
César prioriza su vida y vuelve a Chile, la protagonista no lo duda y lo sigue. No sólo lo encuentra a él, sino también a Francisca que tiene la idea de ser su hermana.
El realizador empodera las acciones de la protagonista, la destaca, resaltando sus virtudes como cantante de sus propias canciones, como parte de la banda sonora de la película, mientras que, por otro lado, entabla una relación cuasi familiar con su fan y su padre, Ignacio (Patricio Contreras). En todas las escenas se dice lo justo y preciso, no se excede en contar cosas que no aportan a la historia. Lleva un ritmo alocado, como las actitudes que caracterizan a la protagonista. Porque ella, así como es, se la toma o se la deja, no hay opción. Quienes están a su lado no siempre son capaces de seguirla, pueden terminar asfixiados, de tal modo que resulta contraproducente para establecer un vínculo amoroso estable. Como tantas veces le pasó.