Cómo hacer un cine más prolijo, de alcance más internacional, menos de gueto y visualmente más sofisticado sin por todo ello resignar la esencia y la potencia de su cine previo. Ese parece haber sido el desafío que asumió el director de Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que vos. La respuesta, contundente y positiva, hay que encontrarla en los méritos no menores de Dry Martina.
Nadie mejor que Che Sandoval para encabezar una coproducción entre Argentina y Chile rodada a ambos lados de Los Andes porque desde hace muchos años vive a caballo entre Buenos Aires (donde empieza y termina el film) y Santiago (donde está el corazón de la historia). El conoce mejor que nadie las similitudes y diferencias entre el sentir y el decir de chilenos y argentinos. Y también conoce a la protagonista de la historia porque Antonella Costa fue su pareja en la vida real. Así, con algunos pocos elementos de inspiración autobiográfica, y mucho de escritura, de búsqueda y de intuición fluye con una velocidad e intensidad devastadoras esta comedia negra con algo de John Cassavetes, Woody Allen y el primer Almodóvar, en el que los diálogos y las escenas de sexo compiten por ser más explícitas, desafiantes y desprejuicidas.
El film comienza con una huida. La Martina Andrade del título (Antonella Costa, pura dinamita y con look de estrella de oro de la época clásica) abandona el escenario en medio de un show, se sube a un taxi, se saca la peluca y se va en medio del acoso de unos fans chilenos que fueron a verla a ese concierto porteño. Pronto sabemos que ella ha tenido mejores épocas como diva pop con un par de hits, pero ahora está en plena crisis personal. Y si decimos personal es porque no es solo artística, sino también afectiva e incluso sexual (algo así como una ex ninfómana ahora frígida). Para colmo de males, su padre está en coma desde hace un año y ella se niega a dejarlo morir, su gata está en celo permanente (y se escapa cuando quiere castrarla) y así con todo...
Película de enredos construida con vértigo y potencia furibunda, Dry Martina encontrará rápidamente a nuestra heroína -frustrada pero impulsiva- viajando a Chile en busca de César (Pedro Campos), un aspirante a periodista deportivo que representa la posibilidad de un amor más pasional que racional, y terminará enganchándose también con Francisca (Geraldine Neary), quien podría (o no) ser una hermana de la que no tenía noticias. La identidad, las responsabilidades, los deseos íntimos y cómo todos estas cuestiones muchas veces se potencian o entran en cortocircuito son los ejes de una narración con personajes que pueden darse unos cuantos cachetazos y a la escena siguiente compartir una botella de vino.
Más allá de que Dry Martina luce mucho más elegante y cuidada que sus dos trabajos previos, Sandoval no hace ninguna concesión en términos de diálogos zafados y conflictos extremos (uno de los personajes, por ejemplo, tiene tendencias suicidas y todo el tiempo sobrevuela el tema de los hijos abandonados). No todo funciona a la perfección (como el personaje del “chongo”/rapper afroamericano de Francisca), pero la narración siempre fluye con su estilo urgente que dará lugar incluso a ciertos picos emotivos ligados al personaje de Ignacio, un novelista interpretado por Patricio Contreras.
Lúdica y desgarradora a la vez, Dry Martina nos presenta a un renovado Sandoval ahora con el punto de vista y la mirada puesta en los deseos y las angustias de la mujer, pero también al mismo director de siempre: audaz, visceral y provocador.