La tercera película del realizador chileno radicado en la Argentina es una comedia amarga que hace uso de las diferencias culturales entre ambos países para trazar la historia de una cantante que cruza la cordillera (Antonella Costa) siguiendo a un hombre que le gusta y en Santiago se topa con una inesperada serie de sorpresas.
La tercera película del realizador chileno radicado en la Argentina utiliza esa temática (el ir y venir de uno al otro lado de la cordillera, las diferencias de lenguaje y personalidad entre los habitantes de ambos países) para trazar el retrato de una mujer, la Martina del título, encarnada por Antonella Costa, en plan diva de la música, en un momento de su vida en el que ya no es tan exitosa como supo ser. Su vida está marcada por algunos problemas –padre en coma, dificultad para vivir plenamente su sexualidad, de ahí el primer significado del “dry” del título– pero gracias a una personalidad avasalladora se las arregla para salir adelante negando los problemas y buscando compañías sexuales ocasionales.
Uno de esos encuentros la modifica por partida doble: una chica chilena que es muy fan suya la persigue diciendo que es su medio hermana pero a Martina le interesa más el novio de ella, con quien termina teniendo un sexo más apasionado del que acostumbra. Eso la lleva a perseguirlo a Chile donde termina enredada en una trama familiar más complicada de lo que suponía. DRY MARTINA, con el acostumbrado humor ácido y veloz del realizador de SOY MUCHO MEJOR QUE VOS, es comedia un tanto amarga sobre los afectos inesperados, la soledad que se teme, el sexo como escape, la negación y la necesidad de armar algún tipo de “familia” (real, sustituta o imaginaria) para sobrevivir.
Costa brilla en un papel armado para su lucimiento en el que se la ve cantar, manipular a hombres y mujeres por igual y tratar de llevarse el mundo por delante como sea, tapando cualquier cosa que se parezca al dolor. Sandoval también pone en juego esas diferencias culturales entre lo que para él son argentinos más decididos y frontales respecto al sexo y chilenos más conservadores y tradicionales. En ese choque de valores, de terminología y de acentos (otra gran actuación es la de Geraldine Neary como su fan y posible hermanastra) logra otra muy buena comedia de personajes que utiliza la risa y el timing cómico para tirar algunas amargas aunque finalmente esperanzadoras ideas sobre las personas.