Un Sandoval travestido
Martina se secó; en algún momento cuenta que se le pudrió la relación que tuvo con un flaco que amaba mucho y a raíz de ello se le secó la concha para siempre. De ahí el título, que además es un juego de palabras con el famoso cocktail y con lo que significa la palabra seco en el slang chileno. Los planos cerrados de Che Sandoval se centran en Martina (Antonella Costa) con obsesión. La película está apoyada en su actuación y ella lo sabe y se pone, muchas veces, la película al hombro. No es que el guion no tenga vida propia ni ninguna de esas gansadas; y muchas veces dijimos que los actores son muñequitos reemplazables, engranajes de un todo que los sobrepasa. Pero fieles a nuestras contradicciones, también sabemos que muchas veces los actores son casi todo. Es el caso de Dry Martina y no por impericia de Sandoval sino porque él mismo lo busca desde sus planos, desde su apuesta por adoptar la intensa mirada de Martina que lo absorbe todo.
Sandoval se traviste, se calza los tacos para alejarse de sus criaturas masculinas (y, según los cancerberos de la moral social, machistas) para crear a la mujer monstruo-antiheroína de la seca Martina, una cantante que se caga en su representante y un poco en su carrera, y decide perseguir un amor chileno (César, interpretado por Pedro Campos) que le devuelve la humedad. César aparece en la vida de Martina porque su novia es fanática de ella (en algún momento de su carrera, Martina fue ídola de ignaros prepubescentes) y dice ser su hermana; un conflicto central que mucho no importa. Y así, sin un conflicto fuerte y con algunos elementos que a priori parecen de telenovela tediosa de prime time argentino, Sandoval, apoyado en sus criaturas, crea una película familiar sin familia; o con una que Martina arma en la película y donde no importan los lazos de sangre ni la construcción de las relaciones a través de largos períodos de tiempo.
Con elementos de screwball comedy y a la vez de comedia negra, y moviéndose entre la seriedad y la ridiculez, la buena onda de las feel-good movies y la angustia de un drama sexual y un drama de identidad, Sandoval parece cómodo y seguro con su nuevo punto de vista femenino (que seguramente también tenga elementos machistas, pero a quién le importa). De todos modos, y más allá del buen resultado, a partir del título y de la propuesta podríamos esperar que la humedad de Martina llegue con más fluidos en pantalla. Porque aunque hay bastante sexo, todo es más de pico que fáctico y todo siempre está bastante seco. Sandoval, más allá de sus chascarrillos de niño-hombre, es acá un desfachatado contenido que pretende hacer un trabajo prolijo desde lo que narra, desde los diálogos y desde los aspectos formales (esa absurda relación entre la prolijidad formal y las oportunidades comerciales) y la prolijidad puede ser seca seca como concha decepcionada.