Martina -Antonella Costa- es una mujer libre. En la primera escena de Dry Martina canta, en un club, y cantando se escapa, micrófono en mano, hasta meterse en un taxi y huir sin explicaciones. Sabremos que la mujer tuvo un momento de éxito, plasmado y pósters y camisetas de fans, pero ahora transita, con indolencia, entre la cama de hospital donde su padre está en coma, la búsqueda de su gata perdida y un apetito sexual que le despierta un joven chileno, talentoso en la cama.
ntre Buenos Aires y Chile, Martina irrumpe en la vida de distintos personajes sin pedir permiso, como impulsada por su deseo sin filtros, y aunque esos personajes incluyan a una posible hermana y a un posible padre biológico.
Pura intención de irreverencia, capaz de de meterse con asuntos supuestamente duros con el mismo desparpajo con el se ríe -el personaje- del sexo de mala calidad, Dry Martina es una película curiosa y desprejuiciada. Se la puede acusar de snobismo, pero se anima a ser distinta. Y aunque cueste empatizar, involucrarse a fondo con sus personajes, termina hasta por transmitir una emoción sutil.