La gata y las pulsiones.
Para aquellos que hayan podido tomar contacto con las películas del director chileno Ché Sandoval (ver entrevista), su tercer opus no les traerá ninguna complicación a la hora de entrar en ese universo en que la noche chilena, los diálogos sumamente filosos, cotidianos y a la velocidad de la emoción más que de la razón se acomodan como las etapas de un viaje no necesariamente iniciático, pero que tiene como protagonistas a personajes atravesados por algún conflicto de carácter interno o pseudo existencial.
Sin embargo, la vara de Dry Martina, tercera película que fuese presentada meses atrás en la última edición del BAFICI -ventana de lucimiento para películas de Ché Sandoval- muestra por un lado rasgos de madurez importantes al tratarse de un proyecto con mayores aristas y temáticas por desarrollar, y además con un protagonismo muy acentuado de la mujer y particularmente de la actriz argentina Antonella Costa, otrora participante con papeles menores en películas de Sandoval y que en esta ocasión compone un personaje adecuado a su carisma y fotogenia para un retrato íntimo de una mujer avasallante que pasados sus cuarenta se encuentra en un estado donde la fuga y la búsqueda se entrelazan con el apetito sexual y la paulatina pérdida del brillo y el glamour del pasado de cantante.
Personaje en fuga con estructura narrativa de road movie para ir a buscar a Chile a un joven que conoció en Argentina, quien volvió a generarle el gusto por el orgasmo (elegida la palabra con intención de remarcar la idea de lo seco en base a la pulsión y a la líbido) aunque eso implique tal vez el riesgo de enamorarse o de terminar en un rechazo por la diferencia de edades. A esa líbido viajera -por así decirlo- se le cruza en el camino de la vida la pulsión tanática en la figura de una fan de Martina, más joven que ella que vino a buscarla a Argentina porque asegura ser su media hermana de acuerdo la interpretación de ciertas informaciones erráticas de su padre, novelista chileno que tuvo un breve contacto con la madre biológica de Martina, personaje fuera de campo que cobra relevancia a partir de las canciones y covers que la propia Martina interpreta en sus shows.
A esa historia, muy bien climatizada desde la puesta en escena, la banda sonora, cuyas letras pertenecen al propio director y la cantante que no es otra que el personaje de Martina (más que Antonella Costa cantando como ocurriera con el caso de Pilar Gamboa en Las Vegas) se le debe agregar una pátina de saludable humor negro, diálogos picantes y el estilo directo sin eufemismos ni metáforas, con personajes que hablan mucho pero callan lo importante cuando en el cine de Ché Sandoval los tiempos muertos no existen y sí aquella amalgama entre personajes de carne y hueso que dicen sus verdades, juegan con sus contradicciones y como en el caso de esta gata triste y gris enfrentan la prepotencia del macho alfa y se ríen en época de celo con las garras bien afiladas pero desprotegidas a la vez.