Desierto asesino
El título de este thriller de persecución nos remite rápidamente al western clásico dirigido por King Vidor en 1946 en el que Jennifer Jones y Gregory Peck protagonizaban un final memorable con mucho sudor y lágrimas en medio del desierto.
Salvando las distancias, tanto temporales como de calidad cinematográfica, aquí también dos personajes se las verán y se las desearán para sobrevivir en el páramo hostil. Ben (Jeremy Irvine) es un experto rastreador que opera en el desierto de Mojave, situado entre Utah y Carolina del Sur. Allí se dedica a cooperar con la policía para guiar a los turistas que visitan el lugar para practicar la caza mayor. Uno de estos visitantes es Madec (Michael Douglas, el único actor que aparece en el film que parece profesional), un magnate que colecciona trofeos de caza. Madec contrata a Ben para que le acompañe en el tramo más extenuante del desierto trufado de extensos valles (entre ellos el llamado Valle de la muerte) con el objetivo de dar caza a un codiciado tipo de carnero. Pero cuando parece que están a punto de alcanzar su presa todo se tuerce y lo que parecía pan comido se convierte en una auténtica pesadilla para ambos. Aquí no desvelaremos las circunstancias en las que se ven envueltos, pero vaya por delante que su peripecia se convertirá en un macabro juego del gato y el ratón (más parecido a un capítulo de la serie de dibujos animados Tom y Jerry), donde la caza animal mutará en caza humana. El último trabajo y primero en Norteamérica del director francés Jean-Baptiste Léonetti (Carré Blanc), está basado en una obra del escritor especializado en novelas de terror Robb White (autor entre otros de los guiones de Mansión siniestra y El aguijón de la muerte, dirigidas por William Castle en la década de los sesenta). La novela se titula Death Watch, y ya conoció una adaptación para la televisión en 1974. Aunque la película está bien filmada y aprovecha al máximo lo escaso de los recursos que te puede ofrecer una geografía tan extrema, lo cierto es que el guión hace aguas por todos lados. La situación detonante de la acción no es nada creíble, y muchos de los sucesos acaecidos a partir de entonces no se sostienen por sí solos. Si te paras a pensar un momento te das cuenta de la cantidad de incoherencias que salpican el relato, aunque buscar estos errores también puede ser un buen pasatiempo mientras atendemos a lo que se nos quiere explicar de mala manera. Eso sí, el final es tan descabellado que vale la pena esperar para echarte unas buenas carcajadas. Michael Douglas, a quien suponemos que no le deben de llover los papeles aunque le hayamos podido ver en la reciente Ant Man: el hombre hormiga, hace lo posible por darle un poco de vida a su personaje, pero los pobres y mínimos diálogos y lo previsible del desarrollo argumental no juegan para nada a su favor.
Parece que todos los que han tenido algo que ver en la producción de la película hayan sido afectados por un golpe de calor propio del lugar, porque si no no se acaba de entender tal descalabro.