Se le escapó la tortuga
Ya es el segundo estreno de la semana donde veo una historia que arranca bien, con perspectivas sólidas, para terminar derrumbándose a medida que se acerca a su final: ocurre con El gran secuestro de Mr. Heineken y también con Duelo al sol, de la que me ocupo aquí. ¿Tan difícil es sostener el ritmo y el foco narrativo a lo largo de noventa minutos? Parece que sí, que no es simple, que esa combinación mínimamente fluida entre los distintos elementos de una película -guión, dirección, actuaciones, etcétera- no la logra cualquiera.
Es cierto que El gran secuestro de Mr. Heineken tenía aunque sea como excusa el abordar una historia con una gran cantidad de personajes, temáticas y posibles líneas narrativas. No es el caso de Duelo al sol, que tiene en esencia un planteo simple: el enfrentamiento entre dos hombres en el medio del desierto del Mojave. Más precisamente, lo que se pone en escena es cómo un joven guía, Ben (Jeremy Irvine), lleva de caza a Madec (Michael Douglas), un ricachón bastante presumido -con su jeep, su rifle, la comida que se prepara, etcétera-. Habrá un accidente, una persona muerta y Madec, que está en el medio de un decisivo trato de negocios, tratará de tapar todo. Y claro, el único cabo suelto es Ben.
Durante la primera media hora, el director Jean-Baptiste Léonetti lleva con mano firme la historia, aprovechando la simplicidad de la premisa, aunque se le empieza a notar cierta torpeza cuando quiere evidenciar otras capas de conflicto en los personajes, en especial con Ben, quien atraviesa una crisis con su pareja, que está por irse a estudiar lejos, abandonándolo. Pero cuando el choque central queda planteado, a Duelo el sol le empieza a jugar en contra lo que antes le jugaba a favor -es decir, la sencillez de su propuesta- y se le van acabando las ideas, con lo que entra en un estancamiento y forzamiento de las situaciones, dando la impresión de que está estirando lo que calzaba mejor con un mediometraje.
Pero lo peor llega con los minutos finales, cuando Duelo al sol debe arribar a una solución para sus conflictos y, en vez de tomar caminos mínimamente inteligentes y complejos, que escenifiquen apropiadamente el antagonismo entre clases, da varias vueltas de tuerca totalmente arbitrarias, para llegar a una secuencia de clausura que es el colmo de lo efectista y aún así previsible. Léonetti parece poseer ciertas herramientas atendibles como realizador pero acá se le escapa la tortuga y no llega ni de cerca a hilvanar un desarrollo óptimo.