Un bodrio con dos actores que son todavía más insignificantes frente a un territorio cinematográficamente sublime que apenas luce un poco.
Una simpática mención casi humorística sobre Wall-E y un par de panorámicas prepotentes aunque visualmente atractivas del desierto californiano constituyen lo único redimible de esta película de cacería pletórica de testosterona. Michael Douglas es poderoso y malísimo; una hiena capitalista que hace negocios con China. Jeremy Irvine es bueno, muy bueno; un átomo dócil del sistema, pero corajudo.
¿Es Duelo al sol acaso un capítulo puramente sádico y macho de El Coyote y el Correcaminos? En la hora completa durante la cual este filme tiene lugar en el desierto de Mojave, todo se circunscribe a una acción y un objetivo: perseguir y después matar. Pero Chuck Jones con sus divertidos seres animados, que no eran otra cosa que una parodia de Tom y Jerry, encontraba uno o dos matices que, al lado de este filme inanimado con actores de carne y hueso, resulta de una riqueza dramática inconmensurable. O quizás el relato es una distracción y nada más se trata de una publicidad de vehículos 4X4 y de los últimos modelos de escopetas. Nunca se sabe. La ideología es exhibicionista.
Después de una pesadilla, el personaje de Irvine se despide de su novia. Vivían juntos en el medio de la nada. Ella empieza la universidad, él elige quedarse en donde vive. Tiene sus motivos, y un flashback espantoso lo explicará rápido para que no existan dudas. Ben, recordémoslo, es bueno, muy bueno. Y John, muy malo. Un millonario que trabaja en seguros y cuya nueva zona para conquistar económicamente es China. ¿Por qué se encuentran? Simplemente porque John quiere cazar en una zona peligrosa del desierto y Ben es el guía perfecto. ¿Qué los enfrentará o por qué, en vez de disparar contra los animales, en cierto momento John apuntará al joven? Un accidente, solamente, pero con consecuencias legales. De ahí en más la persecución dominará la escena. Casi hasta el final, porque el presunto ingenio del guión propone un giro (in)esperado.
El cine no puede trabajar sin estereotipos, porque estos son un pasaje directo a lo universal. La jerarquía de un director se verifica en el modo en que se distancia de los estereotipos y singulariza a sus personajes. He aquí un filme que es en sí mismo un estereotipo, incluso un estereotipo del estereotipo. Grado cero del argumento y la puesta en escena: hasta las quemaduras de sol en la cara de un protagonista remiten a un curso de maquillaje. ¿Y qué decir de la honda, esa arma pretérita, capaz de imponerse al fuego de un rifle supersónico? Otro estereotipo: la seducción de lo primitivo, la ineficacia de la tecnología moderna.