Pegoteados
Valga el uso de la analogía para seguir el correlato de esta película del director Mariano Galperin, Dulce de leche, ganadora del premio Moviecity en el festival de Mar del Plata el año pasado y que cuenta con los protagónicos de Ailín Salas y Camilo Cuello Vitale, quienes componen una pareja de adolescentes en tránsito de enamoramiento y dispuestos a ir hasta el fondo cuando las adversidades se presentan tanto por la presión de los padres de ambos como por los prejuicios de un pequeño pueblo al que se debe sumar la necesidad de todo adolescente en etapa de despertar sexual.
El amor es como el dulce de leche: todos lo rechazamos porque engorda pero nadie puede dejar de comerlo. Así como cada beso no es igual a otro; cada cucharada de este elixir es diferente y la acumulación provoca adicción dejándose de lado todo aquello que no se circunscribe al placer de empalagarse con ese sabor. Su principal atributo es que su consistencia se vuelve pegajosa, del mismo modo que el enamoramiento en su primera etapa cuando los enamorados no pueden despegarse ni un segundo uno del otro y sufren si es que algo irrumpe en ese idilio al que nadie tiene permitido entrar.
La sensación de enamoramiento irrefrenable que transmite el film es el principal mérito que hace creíble la historia de Luis y Anita.
Llegado a Ramallo desde Buenos Aires a pasar una temporada junto a su madre (Florencia Raggi) y a su nueva pareja (Martín Pavlovsky), el muchacho pasa sus horas inmerso en los videojuegos o en charlas intrascendentes con su amigo Pedro hasta que por azar mira por primera vez a Anita (Ailín Salas) y desde ese instante, cautivado por su luminosa sonrisa, queda absolutamente enamorado a pesar que su amigo Pedro también tiene interés en la chica.
El galanteo de Luis es rápidamente aceptado por ella y de inmediato correspondido en una sumatoria de encuentros (furtivos, clandestinos, como debe ser) donde la intimidad de ambos se preserva ante cualquier amenaza externa pero a medida que avanza el romance y tras los cambios de conducta manifestados en el entorno todo se vuelve cuesta arriba como parte del típico derrotero de la amarga adolescencia y de la sensación de que el mundo en su conjunto conspira contra la felicidad de aquellos que pretenden enamorarse, ya sean padres incomprensivos, amigos envidiosos, o el propio sentido común que ante la irracionalidad y la fantasía expone con dureza los límites de la realidad.
Dulce de leche aborda de manera ortodoxa el conflicto de la adolescencia en el mundo adulto sin una bajada de línea moralista pero al exponer de manera consciente ese pequeño universo idílico de los enamorados también contrapone el no tan idílico universo del mundo real, con sus dobleces e imperfecciones, sin huir al dolor del crecimiento; a la frustración pero manifestando siempre que toda decisión acarrea responsabilidades y consecuencias, más allá de estar preparado o no para asumirlas.
El quinto opus de Mariano Galperín (debutó en 1995 con 1000 Boomerangs) es una película bella en cuanto a su estética visual pero presenta falencias en el guión y más que nada en los diálogos al transitar por lugares comunes o redundantes. Tampoco la ayuda la inserción del humor porque le altera el tono al relato.
Sin embargo, el único motivo por el cual fluye y funciona como historia de amor de adolescentes se debe pura y exclusivamente a la química de la pareja, con una Ailín Salas que transmite mucho más desde su rostro, desde su silencio y misterio que en los momentos donde trata de imprimirle ciertos matices a las palabras.
En resumen, Mariano Galperín logra construir un retrato bastante verosímil de la adolescencia con imágenes poéticas aceptables, un elenco sólido y una historia con voz propia a pesar de los lugares comunes.