El amor, detrás de las paredes
El filme de Laura Linares se centra en la relación de una chica con un preso en la zona de Bariloche.
La película de Laura Linares funciona en una zona gris, extraña. Si uno no sabe cómo y cuáles fueron las circunstancias de su rodaje, no logrará darse cuenta si se trata o no de un documental, o si es una ficción que parece documental. El filme sigue a sus personajes tan íntimamente y los toma de manera tal, que da la impresión de que estamos allí, con ellos, atravesando sus circunstancias.
Lo más probable es que el filme funcione como una reconstrucción: los mismos protagonistas de la historia reviviendo para la cámara algo que les sucedió en la realidad. De cualquier manera, es lo de menos: la impresión se logra y cala hasta los huesos.
Dulce espera tiene como punto de partida una situación rara, bastante original. Valeria es una chica que le dedica temas por la radio y se cartea con un preso al que no conocía anteriormente. Así inician una relación bastante particular: puro romanticismo y galantería a distancia, la posibilidad de encuentros ocasionales y ninguna chance de otro tipo de conflictos, personales o con “la ley”. La cárcel es una metáfora bastante paradójica para una relación de pareja.
Pero la relación con Lucas depara un hijo, que Valeria cuida con ayuda de amigas y de la madre de Lucas. El, en tanto, parece haber aprendido “la lección” y saldría de la cárcel en cualquier momento.
Salir de allí, claro, llevará las cosas a un lugar inesperado. Esa relación armada en base a frases dichas a una radio, a cartas escritas a mano y a encuentros breves en la prisión no será igual cuando los dos deban convivir, con un hijo de por medio, y con la dificultad extra que implica ser un ex presidiario.
El de Linares es un filme de observación. De las rutinas de Valeria, de su relación con sus amigas, de su “relación virtual” con Lucas. Y de Lucas, en la cárcel, tratando de entender que el camino del delito no es el más adecuado para su vida. Y también está su madre, Ana, que pone más que nada su fe religiosa en el futuro de su hijo.
Como buen filme de observación, que lo es, Dulce espera crece en momentos específicos, cuando la cámara capta pequeños detalles que hacen única a la historia: el deseo de Valeria de “verse linda” para Lucas; los primeros días en la vida del hijo de ambos; el conflicto interno de Lucas a la hora de pensar en su futuro.
En una Bariloche muy distinta a la de las postales turísticas, donde la nieve es más densa e incómoda que pintoresca, las historias de Valeria, Lucas y Ana quedan en la memoria.