Coproducción chilena-mexicana que trae de regreso, después de 30 años, al cine a Florinda Meza. Estrena en plataformas iTunes y Google Play.
Dulce familia es un film que se describe a sí mismo como una “historia azucarada” y una “comedia light”, sin embargo lo único que se percibe en su mensaje es un alarmante body shaming hacia las mujeres. Nada más patriarcal que la gordofobia disfrazada de comedia.
Trataré de resumir la trama para poder justificarles por qué este tipo de películas no deberían filmarse directamente.
Dulce familia desarrolla la historia de cinco mujeres, quienes parecen presentarse y definir su personalidad a través de su relación con la comida. Primero está Tami (Fernanda Castillo), una alegre dueña de panadería y en pareja con Beto (Vadhir Derbez), con quien convive. Beto le propone matrimonio, Tami acepta feliz y decide contárselo a su familia. Cuando llega a la casa de su madre (Florinda Meza), una diva de la televisión en lucha contra la naturaleza de envejecer y obsesionada con la cuerpa, Tami le pide usar su vestido de novia, su madre le responde despectivamente que no le va a entrar. Tamara, con tal de “cerrarle la boca a su madre y no sentirse menospreciada por gorda”, decide bajar diez kilos en dos meses de forma agresiva y desesperante, o sea, pone en riesgo su salud para “encajar” en la talla hegemónica de un vestido motivada por la aceptación en la “mirada de un otre”, en este caso, su propia madre.
Las hermanas que completan la trama son: Bárbara, una nutrióloga, creadora de una app de dieta extrema basada en el método del bullying agresivo, de hecho es quien da apertura a la película instalando negativamente el concepto “gorda” en la historia mientras motiva a las mujeres, desde un escenario teatral, a que consigan, a través de su app llamada ”Adictas”, dejar de comer azúcar y así no permitirle ganar a la gorda que somos (?), y Ale (Paz Bascuñán), diseñadora y editora gráfica, quien es mamá de Juana (Vanessa Díaz) una adolescente de trece años, libre de prejuicios y mandatos sociales en referencia a su físico, pero a la que acusan sistemáticamente de cargar con un sobrepeso que será “malo para cuando le empiecen a gustar los chicos”, recibiendo maltrato psicológico del estilo: “¿vos quién sos y qué hiciste con mi nieta? ¿Te la comiste?”.
Si bien cada una de estas mujeres enfrenta sus propios “monstruos alimenticios” causados por la sociedad machista, es en Juana donde basaré mi justificación sobre lo problemático y peligroso del mensaje que nos deja el film, puesto que intenta perpetuar y sostener mandatos vencidísimos dentro de la colectiva que pueden afectar a las generaciones venideras si seguimos mirando sin observar.
Principalmente, y a grandes rasgos, la película promueve una serie de ideas extremistas que sólo continúan estereotipos que se asocian al sobrepeso, en vez de tratar de abordar la temática en profundidad, pues que sea comedia no quiere decir que les espectadores aceptemos seguir viendo la punta del iceberg. Lo más lamentable es que tenían todas las chances de darle al guion una mirada humana, desde la ironía, denunciando desde ahí las normativas corporales que se centran en la delgadez como valor social y de consumo. Pero no les importó hacerlo.
El mensaje central es “si no comes, adelgazas”, ya que la protagonista sólo adelgaza comiendo apio, luego le ponen una especie de malla o parche en la lengua para no consumir sólidos y, para completar la triada maravillosa, someten a la protagonista a un “lavado de colon” para que le entre el vestido UNA HORA antes de casarse, ¿se entiende no? Te vas a casar pero lo más importante para vos, como mujer, es que te entre el vestido como sea (?)… así nos ve Nicolás López.
De alguna forma, entre aberración y aberración, la película intenta encontrar un balance en su desenlace, pero es totalmente fagocitado por la escena final (spoiler alert) donde Juana, quien está comiendo, de forma compulsiva, porciones de torta de bodas, en la fiesta de casamiento de su tía, se cae de la silla a la que parece “haber roto por gorda” y, ante dicha situación, se perturba y, con TRECE AÑOS, decide “resolver” su “problema” -instalado como tal por su propia familia-, sometiéndose a tratamientos extremos y antisaludables para adelgazar, uniéndose a la app ADICTA, mientras un “cerdo” animado la saluda. (?)
Respecto al lenguaje cinematográfico no hay nada para destacar. Su estética es televisivamente plana.
Dulce familia es una comedia que lo menos que causa es risa, pues utiliza el humor para discriminar, objetivizar y minusvalorar a las personas con sobrepeso, especialmente a las mujeres. No merece de tu energía ni tiempo