Una comedia ligera que hace foco en el universo femenino desde una perspectiva superficial, en donde el arquetipo de belleza cobra un valor imperante en desmedro del significado de los lazos familiares y de la aceptación hacia los demás y hacia uno mismo.
Dulce Familia (2019), del director y guionista chileno Nicolás López, es una comedia sobre cinco mujeres de distintas generaciones y sus respectivos miedos, desórdenes alimenticios, dietas y adicción al azúcar. Tami (Fernanda Castillo) se someterá a todos las torturas inimaginables para bajar 10 kilos en dos meses y poder entrar en el vestido de boda que usó su madre. En esta misión imposible la acompañarán sus agridulces hermanas (Regina Blandón y Paz Bascuñán) y su amarga madre Verónica (Florinda Meza) quienes conforman esta familia… que nada tiene de Dulce.
Es una suave comedia que cuenta con un guion entretenido, aunque predecible. Cada personaje responde a lo solicitado por el director y las interpretaciones también. Los colores pasteles de las locaciones y el lujo en otras, denotan cierta fachada de una realidad que bucea por zonas externas del cuerpo y el pensamiento colectivo femenino. Está presente la televisión, como medio masivo, poderoso de comunicación y sus crueles exigencias de un prototipo de belleza que se aleja de la realidad, todos los tópicos que se tocan se corresponden con lo estético. Esta comedia coquetea con cierta burla hacia el padecimiento real de las personas que sufren adicciones, en este caso haciendo foco en la alimentación, lo cual puede malinterpretarse por algunos espectadores. La música acompaña el tono del film entretenido y superficial. Hace ruido por ciertos tramos la sobreactuación de Vanessa Diaz quien interpreta a Juana, la niña con sobrepeso, por su reiterado mensaje de ser feliz siendo gorda y utilizando el recurso de nuevos términos en inglés que están de moda, excluyendo a su madre y a nosotros de la trama que toca tópicos muy sensibles para el que sufra de una adicción.
El principal mensaje de Dulce familia está representado por un vestido de novia en el que la protagonista no “entra”, simbolizando las inseguridades y traumas de los adultos al querer encajar o sentir el orgullo de los padres buscado desde niños, luego de la sociedad, los amigos, las profesiones, el trabajo y la familia que formamos. La división entre las flacas y las gordas, las amargadas y las felices, en definitiva, son solo palabras que cosifican y no deberían determinar la personalidad. Existe una pregunta que increpa al espectador, ¿quién está más enferma en esta familia y, por consiguiente, a nuestro alrededor? Los límites entre lo que es sano y tóxico se confunden y logran la no aceptación.