De azúcar y prejuicios somos
Muchas veces las propuestas cinematográficas llegan en momentos históricos impensados. En el caso de Dulce familia (2019) de Nicolás López, no solo se hace humor, y de manera muy liviana con tópicos como la gordura, la obesidad mórbida y la búsqueda de la figura ideal para “encajar” en la sociedad, sino que se multiplican ideas patriarcales sobre la mujer y su deber ser en la sociedad, que le juegan en contra todo el tiempo.
Sin entrar en detalles del relato, en Dulce familia se reivindica la estructura matriarcal de un grupo familiar, pero para mal. Ahí donde se podría haber destacado el rol de una mujer (Florinda Meza) que salió adelante con sus tres hijas (Fernanda Castillo, Regina Blandón, Paz Bascuñan) se juega con exagerar el estereotipo de esa matriarca como una villana que a través de sus mensajes misóginos y plagados de mandatos ha llevado a su descendencia a los límites de la locura.
Su obsesión por la delgadez y la belleza impulsaron los miedos, prejuicios y actitudes de las hijas, las que han replicado, sin saberlo, en sus vínculos las mismas exigencias y fobias. También aplica mecanismos de presión, con un nivel de bullying en menores inusitado y una total falta de aggiornamiento de un discurso que ni siquiera a los incorrectísimos hermanos Farrellys se les hubiera ocurrido.
Cuarentena mediante, la gordofobia es un mal que acecha desde los medios de comunicación y la sociedad, la búsqueda de cuerpos homogéneos de acuerdo al paradigma blanco heteronormativo, no hacen otra cosa que multiplicar ideas que atrasan y que dañan constantemente. Dulce familia, ajena a esto, juega al límite con el buen gusto, con lo decible, pero sin permitirse siquiera pensar aquello que está presentando
Narrada pobremente, con puesta y lenguaje televisivo, tomando a este medio como disparador de la narración, con momentos que ni siquiera baja el ritmo del bullying que predica hacia personajes “excedidos de peso”, además manifiesta su necesidad de todo el tiempo llenar las escenas con gritos, vociferíos y, principalmente, escasez de ideas.
Con una estructura que intenta en la transformación del cuerpo de una de las hermanas protagónicas (Castillo), para poder utilizar el vestido de novia de su madre en su próxima boda, todo aquel intento de generar humor con chistes como: “¿quién es mi alcohólica favorita?” ó “el gordo es feliz y el flaco amargado” (para contrastar con la bajada de línea horrorosa que hace sobre el cuerpo y la salud) no genera ni siquiera el esbozo de una sonrisa.
Para sumar más desastre al tono equivocadísimo y al mal timing del relato, se agregan características nauseabundas a los personajes, como una nutricionista (Blandón) que posee un sistema para hacer adelgazar a base de bullying proactivo (así se define en el film) llamado ADICTAS y que termina saciando su propio hambre con cabello (¿), o la pelea feroz del personaje de Florinda Meza (extrañamos a El Chavo) con una ascendente y joven actriz (Mirella Granucci) para quitarle su puesto. En resumidas cuentas, Dulce familia es una olvidable producción mexicana/chilena que ni siquiera debería haberse filmado.