Cuando el aborigen Sam mata al propietario blanco Harry March en defensa propia, Sam y su mujer Lizzie emprenden la huida. Pero la pareja será perseguida de forma incansable por las autoridades.
Dulce país es el segundo largometraje del director australiano Warwick Thornton, un realizador con una larga trayectoria en documentales así como director de fotografía. Es justamente el aspecto visual el principal punto fuerte de esta larga película que le da una vuelta interesante al género western que nunca parece estar del todo muerto.
Situada en el desierto deAustralia durante 1920, lo más imponente (y para eso es necesario que sea vista en pantalla grande) es como todos los personajes parecen ser apenas miniaturas, hormigas ante los paisajes áridos. El cielo firme, el calor que se siente en cada plano y en los rostros de los personajes, es una película física que remite a ese gran clásico de Sergio Leone, El bueno, el malo y el feo. Pero hasta ahí es la relación con aquella película italiana, lo que propone Thornton es hablar sobre los problemas raciales, de la justicia y de la discriminación que ocurrían en esos años y que todo esto a la vez que se sienta moderno, como un tema que aún sigue sin resolverse.
Para eso cuenta con un gran número de intérpretes en donde se destaca Sam Neill, a pesar de que participación podrían considerarse más como un cameo. El actor con una ya larga trayectoria y uno de los rostros más reconocibles del cine le da su cuota de profesionalidad a Sweet country cuya duración atenta contra la paciencia del espectador. Si bien la historia, basada en hechos reales ocurridos a principios del siglo pasado, pide por este tipo de duración, también es cierto que por su ritmo puede llegar a abrumar y a cansar si no se está dispuesto a entregarse a este tipo de propuesta.
El otro gran acierto del director es depositar su confianza en los hombros de su protagonista interpretado por el desconocidoHamilton Morris, quien logra que entendamos y nos preocupe por las situaciones en las que vive. Esto funciona a la vez como contrapunto a lo que ofrece Bryan Brown, quien tiene la misión de capturar al personaje principal y cuyas acciones también entendemos.
Dulce país es una experiencia digna de ver en pantalla grande. Su excelente fotografía, su no uso de la música y sus actuaciones la convierten en una propuesta que no debe perderse porque películas así no se estrenan todas las semanas.