Melancólica e inteligente reflexión sobre la vida
Basada en la muy popular novela autobiográfica del periodista Massimo Gramellini, el mítico director italiano Marco Bellocchio narra en su nueva película la historia de Massimo, un niño de 9 años muy apegado a su madre (Barbara Ronchi). Una noche, tras desearle como siempre a su hijo los dulces sueños a los que alude el título, la mujer -de tan sólo 38 años- decide suicidarse.
El relato va y viene en el tiempo (comienza en la ciudad de Torino en 1969) describiendo los inevitables traumas que el chico (interpretado por Nicolò Cabras), luego adolescente (Dario Dal Pero) y finalmente adulto (Valerio Mastandrea) sufre no sólo por esa pérdida, sino también por la poca claridad de los hechos, los eufemismos con que los demás se refieren a (y justifican) la tragedia y por la incapacidad de su padre para criarlo.
Ya siendo un cuarentón -y luego de haberse desempeñado como corresponsal de guerra en Sarajevo y de convertirse en una pluma muy admirada en Italia- Massimo empieza a reconstruir su pasado con el objetivo de ir curando de a poco las heridas abiertas e iniciar una relación afectiva con una médica argentina (Bérénice Bejo, nacida en nuestro país y desde hace años una auténtica estrella en Europa).
La película tiene algunas escenas un poco torpes y ciertos parlamentos subrayados (algo infrecuente en el cine de ese maestro que es Bellocchio), pero luego se va complejizando con elementos que disimulan su vacío y su angustia, como la "presencia" del villano de una serie televisiva o la pasión del protagonista por el equipo de fútbol del Torino para transformarse, en definitiva, en una melancólica, profunda e inteligente reflexión sobre la soledad de la niñez, el dolor, la ausencia, la culpa y todos aquellos conflictos no resueltos que dejan llagas que impiden madurar y realizarse.
En manos de otro director ciertos excesos sentimentales del material podrían haber caído en el golpe bajo lacrimógeno. El realizador de I pugni in tasca, El diablo en el cuerpo, La hora de religión, Buongiorno, notte, Vincere y Sangre de mi sangre, en cambio, lo convierte en un film de una ternura, una dimensión humana, una complejidad psicológica y una sensibilidad infrecuentes en el cine italiano contemporáneo.