El maestro italiano Marco Bellocchio (Vincere, Buenos días, noche) entrega con Dulces Sueños un melodrama intenso, profundo y de una belleza imborrable, gracias a su particular manera de narrar, yendo y viniendo entre pasado y presente, para contar la historia de Massimo (Valerio Mastandrea), que pierde a su mamá siendo un niño y se transforma en un adulto marcado por esa ausencia. Un melancólico periodista que se ha formado sobre retazos de información de lo que pasó con ella, filtrados por los adultos y la Iglesia, y la ayuda de Belfegor, un villano de una serie de TV que miraba con su madre y que hizo las veces de amigo imaginario. Con momentos de gran cine, durante dos horas, Bellocchio hace un film sobre los ecos fantasmales de la infancia, el peso de la pérdida, el tiempo como rompecabezas, la religión como impuesta historia oficial de la vida privada. Hay estallidos de emoción a lo largo de este relato que parecen llegar desde lo más hondo para interpelarnos (un grito en la noche, un baile frenético, una carta de respuesta a un lector que se "viraliza"), nacidos para el cine desde la misma materia con la que parecen hechos los recuerdos, tan arbitrarios en su permanencia. Esa especie de collage de momentos, expuesta con libertad y vigor, alejan a esta gran película del melodrama convencional y la inscriben entre las obras que dejan huella como sólo el cine es capaz.