La protección de Belfagor
El cine del realizador italiano Marco Bellocchio (Vincere, 2009) se caracteriza por la multiplicidad de detalles que refieren a la vida a través de conceptos filosóficos, emociones, acontecimientos históricos y pasajes fantásticos que desandan una serie de capas de análisis que marcan un estilo narrativo que busca llevar la poesía al cine a través de la construcción de un relato.
En Dulces Sueños (Fai Bei Sogni, 2016), el último largometraje de este director que indaga en la esencia del alma humana, su representación y devenir en la actualidad, el trauma de un hombre que pierde a su madre a la que estaba muy apegado cuando era niño se hace carne en el sobrevenir de la vida de Massimo (Valerio Mastandrea, Dario dal Pero y Nicolò Cabras), un ambicioso periodista del principal diario de Turín, La Stampa. Intercalando sucesos de su vida, el film analiza y expone la herida de Massimo desde su niñez, pasando por la adolescencia, hasta los acontecimientos más representativos de su vida adulta como periodista, con una mirada inquisitiva que busca la raíz del dolor de la orfandad en el corazón humano a través de todas sus etapas de crecimiento físico y psíquico.
Al perder a su madre, Massimo busca una explicación para su desaparición, primero en la religión, después en la ciencia, para más tarde intentar aceptar la perdida lo mejor que puede, evadiéndola a través del trabajo. Pero todas sus interacciones, ya sea con su padre, sus familiares, sus profesores, sus jefes, sus compañeros o las madres de estos, están marcadas por esta falta. Todo cambia cuando un ataque de pánico, tras la contemplación de una tragedia en Sarajevo que desencadena recuerdos, lo pone ante sus propios temores y lo lleva a conocer a una doctora, Elisa (Bérénice Bejo), con la que comienza una relación amorosa.
Desde el análisis simbólico, el niño Massimo se refugia del trauma en la invocación de una misteriosa figura ficticia, Belfagor, el protagonista de una novela de Nicolás Machiavelo (Niccolò Machiavelli) del siglo XVI, personaje de una popular miniserie francesa de cuatro capítulos de 1965, Belfagor o El Fantasma del Louvre, a su vez basada en un film francés de 1927. La intervención de Belfagor a través de la imaginación del niño introduce un elemento que oscila entre la influencia psicológica de la cultura popular y la cultura de masas en la psiquis hasta la construcción de la personalidad y la identidad a través de la falta, proponiendo una dialéctica entre la fantasía y la realidad a través de la aflicción.
Bellocchio logra construir así una química extraordinaria entre sus personajes, especialmente entre el niño y su madre interpretados por Nicolò Cabras y Barbara Ronchi. El guión del realizador, en colaboración con Valia Santella y Edoardo Albinati, busca en esta relación y en su ausencia destellos de un vacío que permitan adentrarse en la angustia del protagonista desde los distintos ángulos con los que procesa la perdida. Otro punto interesante es la incidencia de la música popular y el baile en el desarrollo de la juventud. Con éxitos de cantantes populares italianos, canciones de rock y hasta música electrónica, Bellocchio va marcando el paso del tiempo, la construcción de la identidad y la búsqueda del amor a través de la relación entre la música y la ausencia.
Dulces Sueños trabaja de esta manera con la ausencia y el trauma logrando encontrar el punto en el que se forma el vacío en el corazón humano con metáforas, sinécdoques y todo tipo de figuras retóricas que le sirven a Bellocchio para crear una historia tan hermosa como desoladora sobre la relación entre madres e hijos.