Madre hay una sola
Massimo baila y sonríe junto a su madre. Guardan esa relación íntima y casi secreta a cada minuto. Ambos comparten el miedo y la fascinación de una película de terror protagonizada por un fantasma llamado Belfagor, pero el niño prefiere aguantar ese miedo porque se siente protegido por una madre que con una sonrisa modifica la realidad y con un beso cambia completamente la percepción de su imaginario. Un día como cualquier otro, el niño de 9 años sale del sueño nocturno e intenta comprender la convulsión de un hogar sacudido por un hecho fatal, y a partir de la pérdida el cine de Marco Bellocchio intenta adaptar la novela autobiográfica de Massimo Gramellini, “Fai bei sogni”.
Pero ese intento arroja un resultado de irregular para abajo y teniendo en cuenta la jerarquía del director italiano, sumadas sus últimas obras que tampoco pueden considerarse grandes películas, en esta ocasión el principal defecto de una trama excesiva, por momentos densa y hasta lacrimógena, alcanzan para tomar ciertos reparos a la hora de elaborar un análisis o balance integral de este melodrama que gira en torno a las heridas que deja una pérdida de un ser querido.
La idea de estructurar el relato en un vaivén que va desde un pasado fragmentado hasta el presente, treinta años después del suceso de la repentina muerte de su madre, sumen al protagonista en un derrotero doloroso que se aviva cada vez que aparece el recuerdo de esa ausencia, a partir de un hecho fortuito en su rol de periodista durante el conflicto de Sarajevo. El dolor es el nexo pero también un secreto que conecta directamente con la infancia y con ese duelo jamás elaborado.
Cuando Marco Bellocchio apuntala la historia desde el punto de vista de un niño de tan sólo 9 años, quien debe enfrentar la muerte de su joven madre y contentarse con las esquivas respuestas de los adultos -incluido su padre- para comprender lo inexplicable, el relato crece tanto desde el costado emocional como desde el respeto sobre el imaginario del protagonista en contraste con las contradicciones de todas las respuestas. Sin embargo, la transición al adulto que todavía no ha resuelto sus asignaturas pendientes con aquel pasado y con ese mundo imaginario que ya no existe estancan la propuesta para que el tono solemne se apodere de cualquier vía de escape lúdico, necesario a pesar de los esfuerzos de generar climas más positivos, reforzados con una banda sonora que atraviesa décadas y recurre a temas y melodías de rock o pop clásicas.
Lejos de aquellas películas profundas y sumamente críticas de valores o instituciones, el nuevo opus de Marco Bellocchio se va desdibujando a medida que transcurre el film tanto en las ideas conceptuales con atisbos de interrogantes filosóficos que no conducen a nada como a la redundancia visual que por momentos parece un rasgo de vanidad del realizador más que un justificativo narrativo.