Lo viejo y lo nuevo
Esta semana se estrena una nueva versión de Dumbo. Y es raro expresarlo así porque decir que esta versión de Dumbo es “la nueva” implica que la versión de Walt Disney de la década del 40 sería “la vieja”. Raro porque cuando uno compara las dos versiones, la del 40 es la que exuda osadía y hasta un espíritu de modernidad, mientras la actual tiene algo de avejentada, de cansada, si se quiere.
La versión de los 40 fue hecha por Walt Disney tras el fracaso estrepitoso de la extraordinaria y extravagante Fantasía. La Dumbo de ese tiempo era un ejemplo de animación hecha con menos presupuesto pero con una imaginación desbordante; con un protagonista que no emitía una palabra durante toda la película, una sabia y sorprendente utilización del fuera de campo y una secuencia lisérgica que era capaz de introducirse gratuitamente en un relato de una hora por el solo hecho de regodearse en las posibilidades de la animación. La Dumbo actual, en cambio, es otra cosa: su centro no pasa tanto por el elefante de orejas gigantes sino por los personajes que lo rodean: dos nenes y su padre que quedó manco tras la primera guerra, un dueño de un circo, algún que otro villano y un grupo de freaks. El elefante Dumbo, en tanto, parece ser aquí un personaje más, y hacia el final de la película, una suerte de perro Lassie heroico en clave más pesada y voladora. Pero volvamos a los personajes que lo rodean. Algunos se encargan, en algunas escenas, de explicitarnos qué es lo que está sintiendo el elefante de orejas gigantes en determinados momentos. Cuando Dumbo está en un acto de circo y siente miedo, una nena con espíritu científico se encargará de aclararlo verbalmente, aun cuando la imagen de Dumbo asustado sea más que clara. En otros momentos, en cambio, se ve a Dumbo volar, entonces un personaje tiene que decir que está fascinado ante este espectáculo, aún cuando -nuevamente- su expresión basta para que entendamos eso.
Cuando algo así sucede, termina pasando algo: la emoción parece demasiado calculada, demasiado poco espontánea, pero también se despierta la impresión de estar ante un director que no tiene fe en sus propias imágenes, al tal punto que necesita apoyarlas con la palabra.
Es bastante sorprendente esto, teniendo en cuenta que quien está detrás de la cámara es Tim Burton, realizador que más de una vez se destacó por tener personajes dueños de una expresividad desbordante, capaces de transmitir sentimientos de todo tipo con un par de miradas. Una herencia que el propio Burton admitía que venía de su amor por las películas de terror de la era silente.
Y si bien la emoción no funciona demasiado en esta versión de Dumbo, a veces -no siempre- puede funcionar su humor. Esto ocurre sobre todo cuando los chistes están a cargo de ese comediante extroardinario que es Danny De Vito, una gran decisión de casting, junto a la de ese actor afortunadamente resucitado que es Michael Keaton. Ambos saben interpretar personajes curiosamente opuestos: De Vito es alguien que juega a ser villano cuando uno sabe en el fondo que terminará siendo un héroe; mientras que Keaton engaña haciendo creer que es una persona magmánima cuando todos sabemos que terminará siendo un canalla.
Por otro lado es también loable por parte de Burton el proponer como nena protagonista a una chica que resulta lo contrario de lo tierno: un personaje racionalista hasta el extremo, que hasta cuando quiere convencer a Dumbo de que puede volar sin necesidad de una pluma, lo hace mediante un método deductivo. De hecho, la propia interpretación de Nico Parker (hija de Thandie Newton y todo un hallazgo de casting), contribuye con su mirada fija y su peinado exageradamente prolijo a provocar esta sensación de distancia.
En contraste con estas actuaciones está la fallida elección de Eva Green para un personaje bondadoso. Tomar a una mujer con apariencia absoluta de femme fatale, producirla como tal y luego volverla una suerte de personaje tierno y compasivo es algo que difícilmente pueda llegar a creerse. A uno le da la impresión incluso de que si Green aparece aquí es más que nada por tratarse de una película de Tim Burton, y es simplemente parte de sus actrices fetiches en una película con varios actores de la factoría TB.
Y acá, creo yo, se encuentra el mayor de los problemas de Dumbo: en su necesidad de que el sello Burton aparezca aunque no beneficie la película ni tenga siquiera demasiado desarrollo.
Es lo que pasa en esta película con los personajes de los freaks. Se trata de personajes secundarios que en algún momento aparecen para hacer algo importante en el relato, pero que, en suma, solo están ahí porque esto es Burton, y en Burton hay freaks. Su homenaje al cine de la década del 30 también parece estar, por ejemplo, en una escena donde uno de los personajes comienza a destrozar todo al estilo de cualquier científico loco de la época de terror de la Universal. Pero se trata de una escena trabajada de modo rutinario, que luego derivará en un climax con un incendio resuelto de forma confusa, con personajes que no se sabe ni por dónde quieren meterse ni por dónde deben salir.
Escenas como esta suscitan además la desconcertante sensación de que Dumbo es una película desganada. Y es raro decirlo: Burton se caracterizó durante años por ser -para bien y para mal- desatado y excesivo, así como por hacer un cine de freaks furiosos y pasionales. Pero acá todo parece muy medido, los freaks solo son unos justicieros amables, y Dumbo (que podría considerarse un freak después de todo), un animalito tierno que en la película no cuenta con más de dos o tres expresiones.
Uno podría rescatar que Burton no haya renunciado al universo que lo caracterizó. Que siga tratando con temas como el circo, lo diferente y la discriminación. Pero algo cambió, y mucho. En algún momento, la identidad de Burton era lo que le permitía entregar un cine distinto, que iba a contrapelo de lo que se veía habitualmente y de lo que proponía la industria. Su amor por lo marginal y lo retro, así como los homenajes al cine clase B, le permitían llevar a cabo excentricidades: filmar una biopic en blanco y negro sobre un director conocido por lo malo que era, destrozar el cómic original de Batman para hacer una carta de amor a lo freak, homenajear la ciencia ficción de los 50 e insertarla en un relato satírico… Dumbo, como otras películas de Burton de los últimos tiempos, es el film de un director que hoy pareciera imprimir sus sellos autorales más como una obligación profesional que como algo rupturista. De este modo, lo que anteriormente era un gesto de libertad creativa hoy es un estilo que este director nos repite de forma desganada para recordarnos quién está atrás de la cámara. Un cine de un realizador artísticamente viejo, encerrado en sus temáticas recurrentes, que acude a actores ya conocidos y que hoy solo sabe ofrecer identidad, y no mucho más que eso.