La novela Duna de Frank Herbert se publicó en 1965 y pronto ganó fama de infilmable. Una previsiblemente cancelada versión de 10 horas a cargo del “psicomago” Alejandro Jodorowsky y la fallida adaptación de 1984 de David Lynch sellaron ese diagnóstico. Sin embargo, en nuestra era de imparable reciclaje cultural ningún artefacto que tenga un público potencial (el libro de Herbert es la novela de ciencia ficción más vendida de la historia) será dejado en paz.
Esta nueva versión, encargada al canadiense Denis Villeneuve (Blade Runner: 2049) claramente reconoce a la obra de Lynch como el mapa de errores a ser evitados: es mucho más fiel a la letra de la novela y, más importante, impone claridad y se da tiempo para desarrollar su laberíntica trama (incoherente en la versión de Lynch). También retoma algunas de las virtudes de ese film. El mayor mérito en ambas adaptaciones es la creación de mundos: tal como Lynch, Villeneuve demuestra una extraordinaria creatividad para transmitir la “otredad” de una cultura alienígena, en particular cuando presenta rasgos ominosos. Así, los mundos tétricos de los Harkonnen y de los Sardaukar, fanáticos soldados imperiales, toman rasgos de la siniestra morfología de los insectos y de la imaginería fascista para plasmar la crueldad de un modo sobrecogedor. La majestuosidad tanto de El triunfo de la voluntad como de Lawrence de Arabia también está en la hoja de ruta de esta versión.
El estilo evocativo, pausado y tendiente a la grandilocuencia de Villeneuve, que funcionó tan bien en La llegada, aquí se encuentra con un relato épico que, por momentos, requiere otro nervio. La película es la primera parte de dos y, como tal, presenta una historia inconclusa que reduce la marcha tras presentar a los personajes centrales (encabezados por Timothée Chalamet, en el rol del “elegido” Paul Atreides) y su conflicto (la disputa política y bélica por la especie mélange, la commodity más valiosa del universo).
El antagonista principal, el barón Vladimir Harkonnen (interpretado por Stellan Skarsgard como si fuera el Brando de Apocalipsis Ahora con problemas glandulares) es el personaje más interesante del film pero casi no aparece (como todo monstruo, brillará en el último acto, que se verá en la segunda parte de la historia, aún no filmada). Esta película es, sin dudas, la mejor versión de Duna, sin embargo, sus mayores méritos se concentran en la creación de fascinantes imágenes panorámicas. Su intermitente flaqueza narrativa vuelve a poner de manifiesto que algunos libros acaso no deban ser llevados a la pantalla.