Duna

Crítica de Ignacio Rapari - Cinergia

10000 años en el futuro no todo es muy distinto

El universo del aclamado escritor americano Frank Herbert, después de una larga espera, contó con una nueva oportunidad de brillar en el cine, y si bien la ambición de Denis Villeneuve en este proyecto es indiscutible, lo único que motiva al interés de esta nueva franquicia es la potencial llegada de una segunda parte.

Desde que el director de Sicario, Incendies y muchas más declaró su interés por dirigir su adaptación de Duna, no parecía descabellado ilusionarse con que cuente con esa oportunidad. Tras su anuncio, muy poco tiempo fue el que transcurrió para que Brian Hebert, hijo de Frank, confirmara que el canadiense era el elegido para hacerse cargo de darle vida a la saga en la pantalla grande.

Tras el fracaso comercial de la adaptación de David Lynch y los frustrados intentos de realizadores como Ridley Scott o Alejandro Jodorowsky por llegar siquiera a realizar la obra, el acercamiento de Villeneuve era motivo de celebración, más teniendo cuenta su incursión en la ciencia ficción con la exitosa La llegada (Arrival, 2016) y, posteriormente, con Blade Runner 2049, gran secuela del exitoso clásico de 1982.

Finalmente, luego de reiterados retrasos a causa de la pandemia, el esperado estreno de Dune llega a los cines aunque, en definitiva, todo es el avance extendido de la potencial Duna: Parte 2. Sí, tal como su afiche lo anticipa, “todo comienza”, y no mucho más que eso.

Resulta difícil, por no decir imposible, hablar de Duna como un todo cuando lejos está de serlo. Porque, claro, además de ser la primera parte de una presunta saga sobre la que aún no se sabe demasiado de su futuro, esta space opera también está de alguna manera fragmentada internamente.

La primera mitad de la película inicia con la presentación de los Fremen, pueblo que habita Arrakis –o Dune-, un desértico planeta repleto de la especia Melange, la sustancia más rica del universo. En virtud de ello, la noble casa Atreides liderada por el Duque Leto (Oscar Isaac), recibe la orden de un enigmático emperador para instalarse en Arrakis junto a sus tropas y recolectar esta especia, también codiciada por la despiadada casa Harkonnen, con el barón Vladimir (Stellan Skarsgård) al mando. Alrededor de este conflicto gira fundamentalmente la presencia de Paul Altreides (Timothée Chalamet), hijo de Leto y algo así como un mesías que posee recurrentes visiones alrededor de una misteriosa Fremen, Chani (Zendaya).

Este extenso -y caótico- preámbulo transcurre a través de extremos que mutan entre arrojar toda la información fundamental para esta nueva saga como si el espectador fuera un conocedor acérrimo de la obra literaria e insertar a los protagonistas con un intimismo tan desconcertante como tedioso. Alternando primeros planos, silencios reflexivos y una solemnidad abrumadora, lo que debería haber sido la gran carta de presentación de Duna termina por convertirse en una somnífera introducción que reprime rápidamente cualquier expectativa por el film.

Es recién en la segunda mitad del metraje donde toda la espectacularidad que prometía esta nueva adaptación comienza a aproximarse, amén de que también lo haga con un ritmo que lejos se encuentra de ser cautivante. Porque hasta los más ajenos al tema intuirán que a partir de ese momento donde el asunto se torna realmente interesante comenzarán a correr los créditos finales, hecho que indudablemente es así.

Desde ya no caben dudas de la inmensa dificultad que representa trasladar a la gran pantalla la obra de Hebert, más allá de que para gran parte del público esta nueva versión parezca ser la que mejor encaminada esté para expandir la franquicia. Pero en tiempos donde la taquilla es determinante y la asistencia al cine parece estar relacionada al entretenimiento ligero, resulta una utopía pensar en la segunda parte de una película que, a pesar de un elenco repleto de estrellas y una opulencia visual brillante (indudablemente es digna de ver en la pantalla más grande posible), aviva el interés por el futuro dependiendo en mayor medida de lo que provoca su abrupto final.

Desde ya, dentro de una industria que planea secuelas en razón del éxito de sus antecesoras, significa un enorme riesgo el camino adoptado por Duna. En este caso, todo da a entender que las verdaderas expectativas están puestas en una potencial película que realmente será épica. Por el momento, solo contamos con una inmensa y fría superproducción que únicamente funciona como el preámbulo de un futuro que quien sabe cuándo llegará.