Villeneuve nos trae su gran épica futurista
El director de Blade Runner 2049 y Arrival nos regala una nueva gran película de ciencia ficción, protagonizada por Timothée Chalamet como una suerte de Michael Corleone espacial.
¿De qué va?: Perseguido por sueños proféticos, el noble heredero Paul Atreides deberá encontrar su propio camino en medio de una guerra que condena al valioso planeta Arrakis como a sus nativos a la destrucción.
“Los sueños son mensajes desde las profundidades.”, nos dice una voz gutural que parece salida del inconsciente más perturbador.
Así da inicio esta primera parte, que narra el viaje de Paul Atreides (Timothée Chalamet), el Michael Corleone espacial, que transitará, a través de visiones confusas y decisiones que condicionan cada futuro paso, la travesía de su vida.
Tras una intro que nos zambulle en el espectáculo audiovisual de Denis Villeneuve (Prisoners, Arrival, Blade Runner 2049), conocemos la historia de como los Fremen, nativos del árido planeta Arrakis, son perseguidos por los Harkonnen, los forasteros colonizadores que llegan al planeta para hacerse con las especias, una poderosa fuente de poder que alarga la vida y hace posible los viajes interestelares. Al finalizar este montaje de escenas, nos situamos en el rostro dormido de un Paul inocente, que revolea sus ojos como si de un mal sueño se tratara. Allí, entre las imágenes de un sol escondiéndose entre la arena, los ojos azules de Chani (Zendaya) lo llaman, lo instan a que tome una decisión, por más que no sepa cuál.
Viviendo en el ceno de una familia noble, Paul es contenido por su madre, Lady Jessica, interpretada por una Rebecca Ferguson que es lo mejor de la película, cuya protección y admiración va de la mano con el poder que Paul tiene en su interior. Un poder que comparte con su progenitora, haciendo que este no solo sea una excusa narrativa, sino la manifestación del verdadero vínculo que los une, una unión que atravesará los peligros más inesperados.
Del otro lado de la mesa está el padre, el Duque Leto (Oscar Isaac) que, lejos de la figura autoritaria militar que estamos acostumbrados a ver, somos partícipes de como su poder como dirigente se complementa perfectamente con su deber de padre, generando en Paul un alivio, pero también un sinfín de preguntas existenciales. “Un gran hombre no busca liderar. Es llamado a ello. Y él responde”. Y si tu respuesta es no, seguirías siendo lo único que necesito que seas, mi hijo.” Así, entre un destino que lo llama a ser el heredero de un poder enorme y las visiones de una figura que le urge perseguir sus más profundos deseos, Paul se deberá enfrentar a una batalla tanto externa como interna, donde las decisiones tomadas serán la manifestación de su propio poder, y de cómo este determinará el destino del planeta y el curso de esta guerra interestelar.
Tras estas palabras, la identificación con el capo de la mafia llevado al cine por Coppola es casi completa, y lo es gracias a que el personaje es puesto a prueba no solo físicamente, sino mental y emocionalmente. Tanto en este film como en El Padrino, tenemos a un protagonista que pertenece, por herencia y sangre, a un mundo del que poco quiere saber (la mafia, en caso de Michael, la herencia al trono en caso de Paul) y que a lo largo de la travesía descubrirá que sus intenciones de mantenerse corrido de ese legado terminan interrumpiéndose, o simplemente se transforman en el camino que debían elegir desde el principio, solo que no lo sabían. Al final de film, y luego de haber atravesado múltiples batallas y un vasto desierto, nos paramos frente a un Paul transformado, de mirada y rasgos adultos. Un Paul que sufrió, pero consciente de que ese sufrimiento es el nuevo sentimiento que lo atravesará en el resto de la travesía. El sufrimiento del liderazgo.
Corriéndome de lo narrativo para no entrar en detalles que perjudiquen a su visionado, es necesario mencionar que el registro de la película es, obviamente, de lo más exquisito que se puede ver en cines en el último tiempo. Un claro ejemplo de cómo los efectos visuales y los presupuestos desmedidos son controlados por una visión decidida, que sabe qué contar, qué mostrar y cómo hacerlo. A pesar de que, por momentos, la clasificación +13 no es la mejor aliada de Villeneuve, la película logra mantener ese tono oscuro y solemne que tan acostumbrados estamos de ver en el resto de la filmografía del director. Los granos de especias que irrumpen en pantalla, las tormentas de arena que acechan de fondo, las caminatas pensativas de nuestros héroes, la figura del sol que amanece y atardece, generando un ciclo sin fin de transformación; son estas algunas de las tantas imágenes que construyen el tiempo fílmico del film, brindando una experiencia tan enriquecedora como placentera.
De todas formas, y haciendo referencia explícitamente a sus dos horas y media de duración, es importante mencionar que un apartado visual y sonoro, por más espectacular que sea, no es la base de todo, sino que es la manifestación y ejecución de un guion escrito previamente. Un guion que, aquí, pierde un poco el rumbo al llegar a su tercer acto, dónde el tiempo se vuelve un chicle algo repetitivo, que lejos está de generar intriga como lo hacía en sus primeros minutos. ¿Es algo grave? Para nada, estamos hablando de una película extensa, con un guion escrito por tres personas que tiene más logros que fallos, pero es importante mencionar este detalle, ya que el espectador de hoy en día, visionador empedernido del universo del ratón, está acostumbrado a sentarse por más de dos horas a ver películas que no son más que copias de la anterior. Con esto quiero decir que Villeneuve tiene como tarea, y responsabilidad artística, comprender que la duración del metraje no tiene que estar ligada a un parámetro de mercado, sino a la necesidad de la historia para ser contada.
Te aplaudimos por poder meterte en esta feria tan compleja y exhaustivamente repetitiva, Denis, pero cuidado, no te nos vayas para el otro lado.
Por supuesto, no quiero olvidarme de mencionar al gran Zimmer, que tras escucharlo en No Time to Die, vuelve a deslumbrar con una obra inédita, rica en experimentaciones sonoras y en un ritmo que no solo acompaña, sino que encuentra su identidad por si sola.
En definitiva, y sin recaer en el nombramiento de un cast que sobresale, pero de los cuáles 4 o 5 aparecen un poco más de 10 minutos en pantalla, Dune es la siguiente huella sci-fi contemplativa y “madura” de un Denis que parece haber entrado en este mundo para quedarse, pero que necesita combinar, tanto para la segunda parte como para sus futuras producciones, las herramientas que este género le brinda para no recaer en una verborragia audiovisual que peca de sacar brillo a un contenido vacío.