Varios milenios en el futuro, la Especia es indispensable para el viaje interestelar. Arrakis (conocido como Duna por ser un continuo desierto de arena) es el único planeta conocido de donde puede extraerse, convirtiéndolo en una fuente inagotable de riquezas y poder para quien logre controlarlo.
Después de estar en manos de la Casa Harkonnen por 80 años, el Emperador ha decidido desplazarlos y poner en su lugar a la Casa Atreides. Es una decisión que está bastante lejos de ser el premio que aparenta y así lo entiende el Duque Leto Atreides (Oscar Isaac). Sabe que han llevado su Casa a una posición de suficiente poder como para que el Emperador se sienta lo suficientemente amenazado, tomando una decisión que deja a la Casa Atreides expuesta a una posible guerra con los Harkonnen y a un castigo imperial si no lograra cumplir con la misión encomendada.
Atrapado en esta red de intrigas políticas de la que desearía nunca tener que formar parte, Paul Atreides (Timothée Chalamet) mientras tanto entrena y estudia para convertirse en un digno sucesor de su padre, pero también desarrolla en secreto sus habilidades psíquicas bajo la instrucción de Jessica (Rebecca Ferguson), su madre y discípula de la orden de Bene Gesserit. Esta lleva un milenio operando desde las sombras para provocar la llegada de una figura mística de enorme poder.
Aunque es apenas un adolescente que no se ve a sí mismo como líder, Paul será puesto a prueba por las expectativas que el resto del mundo tiene sobre él. Del resultado puede depender el futuro de la humanidad.
El enorme peso de Duna
Las novelas de Frank Herbert son un clásico del género, influenciaron muchas obras posteriores y hasta fueron adaptadas en más de una ocasión con distintos niveles de éxito. Todas ellas se enfrentaron con el mismo problema: su enorme escala y complejidad; la nueva versión dirigida por Denis Villenueve no está exenta de esa dificultad, pero ya de antemano parece contar con mejores recursos para combatirla. No solo por el abultado presupuesto a su disposición para imaginar el mundo ficticio de Duna y poblarlo de un elenco multiestelar, también por tener la posibilidad de hacerlo tomándose todo el tiempo que necesite para explicarlo.
Una de las críticas más frecuentes de la versión de Duna que hizo David Lynch es justamente que toda la narración está tan compactada que se vuelve incomprensible, necesitando de largas explicaciones relatadas para compensar. Villeneuve esquiva este problema tomándose el mismo tiempo para contar apenas la mitad de esa misma historia y deja el resto para una lógica secuela. Cabe esperarse que ella tenga un tono más centrado en la acción que esta primera parte, la cual se dedica a la difícil tarea de presentar un universo complejo donde las cuestiones políticas y religiosas ocupan el lugar central.
Esta versión de Duna sale bien parada en la difícil tarea de lograr un buen balance entre mantenerse fiel al texto adaptado y seleccionar en qué información necesita profundizar. Al no obligarse a explicar cada concepto o detalle en profundidad, pero sobre todo por confiar en que la mayoría del público podrá entender por contexto lo que necesita, cae en muy pocos momentos que se sientan innecesariamente expositivos o monologados.
Sin embargo, sufre el problema de la escala a su propio modo, enredándose en su propia búsqueda de una épica monumental y tomándose (más de una vez) demasiado tiempo subrayando la innegable espectacularidad de su propuesta visual y sonora. Si a la Duna de Lynch “la salva” lo ridículo de una propuesta que distrae de sus problemas narrativos, a Villeneuve le pesa un poco el tomarse demasiado en serio o con demasiado respeto lo que está contando.
La búsqueda de épica y solemnidad constantes se traduce en un ritmo cansino que deja la idea de que la trama avanza mucho menos de lo que realmente lo hace. No es que Duna necesite de ejércitos corriendo entre explosiones para funcionar; es un drama o un thriller político antes que una historia de aventuras y está muy bien que así sea. Pero en ese caso debería lograr generar mucha más empatía e interés por los personajes que nos ofrece, la suficiente como para que nos conmueva de alguna forma lo que les sucede.
El elenco lleno de nombres reconocidos hace un trabajo más que correcto, aunque no alcanza para que la mayoría de los personajes de Duna sean más que figuras que se mueven entre escenarios espectaculares, permanentemente rodeados por una banda de sonido que a cada paso insiste con subrayar lo épico y monumental que, por más que sea algo que quedó claro al segundo intento.
Esta nueva versión de Duna dirigida por Denis Villeneuve apunta a lograr su propio estilo de espectacularidad visual que no se quede en lo efectista, sino que sirva para narrar su historia con esas imágenes, algo que la mayoría del tiempo funciona y se agradece, porque es sin mucha discusión el punto más alto de toda la propuesta.
Como contraste, su mayor problema es que no hace mucho para compensar el hecho de que está contando solo media historia. Es la introducción hacia algo que siempre está por venir y que nunca llega al clímax. Por eso, esta primera parte parece pensada desde un principio no como una pieza individual que sea al mismo tiempo parte de una saga, sino para ser vista en un continuado inmediato con una secuela que aún no tiene siquiera fecha de rodaje confirmada.
Disfrutar de esta Duna depende mucho de creer o no en la promesa incierta de que lo mejor está por venir. Que se nos haga ese pedido es un poco injusto, pero también es cierto que las cuestiones de fe son centrales en este universo.