Cuando Denis Villeneuve dijo que ver Duna en una pantalla de TV era “como conducir una lancha rápida en tu bañadera”, podía parecer pretencioso y solemne.
No.
Duna es la razón por la que se hicieron las pantallas enormes y los sistemas de sonido envolventes en los cines grandes. Es una experiencia para ser disfrutada, no solo vista, por streaming (como será desde este viernes en los EE.UU., y de allí su queja). Es una creación artística ampulosa en la que los colores y hasta el grano de la película, sumado a las dimensiones de los encuadres al aire libre, exigen una visión adecuada.
El realizador de Blade Runner 2049, La llegada y Sicario abordó la primera mitad de la novela de Frank Herbert de 1965 -que ya había sido llevada al cine por David Lynch, en 1984, con música de Toto-, por lo que el hombre aguarda que su Duna sea un éxito y le permita rodar la continuación.
El canadiense no da muchas vueltas y tras un preámbulo expone las cosas como son. Es el año 10191, y el duque Leto Atreides (Oscar Isaac) llega a Arrakis, un planeta árido junto a su concubina Lady Jessica (Rebecca Ferguson) y su hijo Paul (Timothée Chalamet). Fue enviado por el Emperador: debe supervisar la extracción de la especia, un polvo reluciente, un elemento capaz de lograr cualquier cosa.
Los habitantes de Arrakis y que se dedican a su cultivo son los Fremens, que tienen los ojos azules por el contacto con la especia, y sí, viven más o menos como si estuvieran rodando Mad Max, ya que el clima es implacable.
Paul tiene un sueño recurrente con Chani (Zendaya), así que pondrá cara de sorpresa cuando conozca a la Fremen. Parece que es el Elegido, no solo a heredar el trono de su padre. Memorable es la prueba que debe pasar de la orden femenina Hermandad Bene Gesserit, que integra su madre.
Además, hay otros que quieren apoderarse de la especia, y son capaces de todo por hacerlo. Hasta desafiar a los gusanos, monstruos enormes que viven bajo la tierra y la arena.
Y hay puntos de contacto con Star Wars: la lucha por el dominio de la galaxia, el universo o lo que fuera libre.
Todo es tan exorbitante en Duna que por supuesto el elenco tenía que estar a la misma altura que el diseño de producción, el vestuario y los efectos visuales. Están Josh Brolin y Jason Momoa como guerreros que guían y cuidan a Paul, Javier Bardem es un líder Fremen, y entre los enemigos, Stellan Skarsgård como el barón Vladimir Harkonnen y Dave Bautista es su sobrino.
Pero lo que logra Villeneuve es una visión propia del texto original. De allí lo de creación artística, además de que Duna no se parezca a nada que se haya visto últimamente del cine mainstream, el cine comercial hollywoodense. La música de Hans Zimmer es otro elemento primordial: no solo es envolvente, sino que acompaña cuando debe y no se pone jamás en primer plano.
Villeneuve, amado y vilipendiado por igual, es un cineasta con una imaginación visual única, como lo testimonia Blade Runner 2049 (aquí también hay ventiladores). A él se le ocurrieron esos helicópteros con palas de alas de libélula, y los desiertos como océanos, y los espacios abiertos.
Ojalá pueda terminar su proyecto y rodar la continuación, y que este filme atrapante, seductor, impactante, no quede como escrito en la arena de Arrakis.