Nolan, tan afecto a los juegos experimentales y a la ficción más sofisticada, se adentra aquí con uñas y dientes en un hecho real: la evacuación de 400 mil chicos de 18 años -ingleses y franceses- que esperaban en una playa del norte de Francia, inermes y derrotados, que los vinieran a rescatar para “volver a casa”, como se escucha decir a los soldados.
Estamos en el año 40, al comienzo de la contienda. La mayoría de los soldados fueron rescatados por un millar de embarcaciones, muchas de ellas barquitos civiles. El film se despliega en tres escenarios: en esa playa, asediada por bombarderos alemanes; en alta mar, enfrentando a los torpederos; y en el cielo, con los caza ingleses batiéndose contra la aviación nazi. Y en esos tres escenarios el film sobresale por su fuerza visual, su portentoso realismo, por el talento de un libro que se sirve del suspenso y de esos horrores para dar también una lección sobre la supervivencia, el coraje y ese miedo que –como dice uno de ellos- es parte esencial en toda guerra. “Dunkerque” muestra no los entretelones de una batalla, sino la desesperación de una lucha despareja contra el destino, la tenacidad y hasta la providencia. Gran película. Intensa y atrapante, furiosa y verdadera. No da respiro. Todo es encierro y peligro. Uno siente la guerra. Todo es suspenso. Una carrera contra reloj con el fuego pisando los talones. Los ataques de la aviación se sienten implacables y cercanos. En el cielo y en la playa, la única consigna es tratar de ponerse a salvo. Visualmente, deslumbra. El film no deja lugar a gestos heroicos ni a retratos personales. Nadie sobresale en este retrato grupal que así transmite el desorden, la despersonalización, las dudas, las contradicciones y el egoísmo de esa jornada recargada de muerte. Al final, la pequeña victoria de ese enorme salvataje, se ajusta estrictamente con el discurso de un Churchill que avisa que no hay que prepararse para los festejos sino para enfrentar lo peor. “Defenderemos nuestra isla sea cual sea el costo. Pelearemos en las playas, pelearemos en tierra firme, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas; no nos rendiremos nunca”. Y hace una salvedad a los que celebran el regreso: “Debemos de ser cuidadosos de no darles a estos sucesos los atributos de una victoria. Las guerras no se han ganado con evacuaciones”.