Vade Retro
Dunkerque (Dunkirk, 2017), de Christopher Nolan, es una impactante experiencia cinematográfica que va a vivir y morir en la pantalla grande, como tantos otros tour de force sensacionales. No va a haber forma de replicar su efecto en ningún otro medio y por ello vale la pena atestiguar la película en la pantalla más grande y con el mejor sistema de sonido disponible.
¿Es esta una recomendación frívola? La mayoría de los blockbusters están diseñados para aturdir con sensaciones (y entumecer los sentidos). No es el caso de Dunkerque, que trata sobre el efecto de estas sensaciones en la persona. La angustia de la distancia, acotada y a la vez inconmensurable, entre el horror de la guerra y el alivio del hogar. La desesperación del espacio abierto, la claustrofobia de la multitud. El terror de oír el zumbido de un avión, el silbido de una bomba, el eco de una bala desviada.
Ambientada en 1940, la película retrata el suplicio del ejército británico - casi medio millón de soldados - sitiado en las costas francesas de Dunkerque por el ejército nazi. Apenas les deparan algunos kilómetros rumbo a casa - Inglaterra se divisa a lo lejos - pero los barcos escatiman y los bombarderos alemanes hunden la mayoría. Su única esperanza son las embarcaciones de civiles que zarpan heroicamente al rescate, y algún que otro solitario avión de la RAF que vela por ellos.
La película traza y alterna tres líneas temporales, cada una proveyendo una perspectiva distinta de la evacuación de Dunkerque. La primera, por tierra, dura una semana y sigue los pasos de un joven soldado raso (Fionn Whitehead) y sus camaradas por encontrar una vía de escape hacia casa. La segunda, por mar, dura un día y nos muestra una embarcación civil capitaneada por un hombre (Mark Rylance) y su hijo rumbo a Dunkerque. La tercera, por aire, muestra una hora en la vida de un piloto de combate (Tom Hardy) sobrevolando el Canal Inglés.
Alternando entre estas tres perspectivas, retrocediendo y avanzando en el tiempo, la película compone un mosaico a base de subjetivas fragmentadas e intensas impresiones de la guerra. La historia de Dunkerque es contada con urgencia y existe en el presente para todos los involucrados - no hay tiempo que perder en clichés esbozando el historial detrás de los personajes o demonizando al enemigo (el cual representa una amenaza opresiva pero incorpórea). El film tampoco se rebusca en “vender” la trascendencia de sus hechos para el desenlace de la guerra, que es lo que hace prácticamente toda película bélica.
La dirección de Nolan recuerda a la de las grandes épicas de antaño hechas por David W. Griffith, Sergei Eisenstein y Abel Gance: films orquestados con un inmenso despliegue de opulencia, elegantemente montados para abarcar las dimensiones colosales de los sucesos, que muestran más de lo que explican (fiel al cine silente, hay muy poco diálogo) y con varios puntos de enfoque dentro de un masivo elenco. La película es un gran montaje de fuerzas yendo hacia o viniendo de, en la que recurre la misma imagen de personajes atentamente a la espera de lo que les depara el horizonte, y en efecto, el destino.
Esto también significa que Nolan utiliza a sus personajes más como testigos que actores, y que muchos de ellos quedan a medio camino de servir un propósito más dramático. Así, el náufrago interpretado por Cillian Murphy no termina de encontrar su lugar en la historia; el oficial interpretado por Kenneth Branagh es más una fuente de exposición que un personaje por ley propia, y una trama sobre traición queda picando cuando se interpone un nuevo desastre.
Hay cierta presunción sobre la calidad técnica de las películas de esa calaña, pero no se puede dejar de destacar y resaltar la practicidad de los efectos especiales, la magnífica labor de cámara de Hoyte van Hoytema y la musicalización de Hans Zimmer, que a veces peca de repetitiva o cursi pero aquí es minimalista y se confunde insidiosamente con el diseño sonoro. Y Nolan, que a menudo es culpable de forzar ardides entorno a la manipulación del tiempo en sus historias, encuentra una forma ingeniosa de desencajar al espectador e ilustrar cómo se vivió el suceso desde distintos puntos de vista al asignar una velocidad temporal distinta para cada uno.
La prensa alaba Dunkerque como la mejor película de Nolan, lo cual parece una exageración, y una de las mejores películas bélicas jamás hechas. Ciertamente hace un valioso aporte al cine al plantear una nueva forma (y por nueva forma, se entiende, un regreso a la clásica) de conjugar el género, dejando de lado la visceralidad y el sentimentalismo que impregnan incondicionalmente el cine de guerra desde Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) en pos de una manera más sobria, formal y sublime. En lo que va del año, Dunkerque es la primera película imperdible para ver en el cine.