El director de Memento, recuerdos de un crimen, Noches blancas (Insomnia), la trilogía de Batman, El gran truco, El origen e Interestalar consigue una de las mejores películas de su amada (y odiada) carrera con esta reconstrucción de uno de los hechos más emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial ocurridos en mayo de 1940. Un film que elude los lugares comunes del género bélico y que cree en el poder subyugante de las imágenes por sobre el diálogo aleccionador y la exaltación patriotera.
A Christopher Nolan se lo ha cuestionado en múltiples oportunidades por: a) Sus diálogos ampulosos y presuntuosos, b) La excesiva duración de sus películas, c) Lo recargado de sus tramas en términos filosóficos. Es posible que sus detractores encuentren esta vez nuevos argumentos para denostarlo, pero lo cierto es que Dunkerque es: a) Un film casi sin diálogos, b) Dura apenas 106 minutos (menos de 100 netos sin los créditos finales); y c) Salvo alguna mínima concesión nacionalista y sentimental cerca del final, es una obra de un ascetismo, una elegancia y un riesgo formal pocas veces vista entre los tanques de Hollywood (¿cómo hace para convencer a los productores de apostar 150 millones de dólares sin contar el lanzamiento?).
Si bien el género bélico ha regalado en los últimos 20 años varios films muy valiosos (el díptico La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima, de Clint Eastwood; Rescatando al soldado Ryan, de Steven Spielberg; y La delgada línea roja, de Terrence Malick, por nombrar solo algunos), la propuesta de Nolan tiene muchos elementos distintivos. En principio, apuesta a un montaje paralelo entre tres subtramas: las de tres jóvenes soldados de bajo rango que intentan salvarse como pueden; la de tres pilotos que deben lidiar con la poderosa fuerza aérea nazi; y la de tres civiles (un adulto y dos adolescentes) que acuden desde Inglaterra con un velero a rescatar soldados en Dunkerque.
Sí, la película tiene algunas escenas espectaculares (los combates aéreos, los hundimientos de barcos que poco tienen que envidiarle a Titanic), pero Nolan las utiliza como contexto y forma de encadenar el relato. No hay esta vez un regodeo del virtuosismo como sí ocurría, por ejemplo, en El origen. Por supuesto, como en toda película sobre la guerra hay muerte y crueldad, pero -otra vez- el director británico de la trilogía de El Caballero de la Noche apuesta por mostrarla con sobriedad, en segundo plano, con poca sangre (y casi nada de gore).
Respecto de la selección (y el recorte) de los hechos, los medios franceses se han quejado de varios errores históricos (más bien creo que Nolan no los deja demasiado bien parados y eso ha herido el orgullo nacional), pero todos sabemos que estamos en el mundo del cine, no del documental ni del ensayo intelectual. La película, así como está planteada, con un mix entre jóvenes actores poco conocidos y estrellas como Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark Rylance y Tom Hardy aportando su experiencia en papeles secundarios, funciona muy bien.
Los saltos temporales (la estructura está dividida en “Una semana”, “Un día” y “Una hora”), la coralidad del relato (el heroísmo está más bien lavado y deja lugar a algunos rasgos de coraje, el tema del sacrificio también está bastante difuminado y el protagonismo se comparte sin apostar a una identificación demagógica) y la apuntada falta de diálogos (es una sinfonía visual que Nolan comparte entre las bellas y poderosas imágenes y la música entre elegíaca y atmosférica compuesta por Hans Zimmer) hacen de Dunkerque un film singular, fascinante, sobrecogedor, pero no a partir de los elementos y recursos esperables del mainstream actual. Es un autor que goza de una libertad inédita (en este caso para bien) en estos tiempos de producciones artificiales, pasteurizadas y atadas a las fórmulas. Bienvenidos sean el riesgo, la audacia y el amor por el cine (en el cine) de Nolan.