“DUNKERQUE”
Una épica de la retirada
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
En la “Anábasis”, Jenofonte construyó la primera épica surgida de una derrota: cuando la muerte de Ciro el joven en la Batalla de Cunaxa contra su hermano Artajerjes II dejó sin sentido la participación de 10.000 griegos en la guerra dinástica persa, el propio Jenofonte debió guiar la retirada de esos hombres hasta su patria. Lejos de las batallas de las Termópilas o de Maratón, por primera vez una retirada se convertía en un hecho digno de ser recordado por las generaciones futuras.
Hacia allí, se encaminó Christopher Nolan a la hora de narrar la retirada de los británicos de Dunkerque. En una de las vueltas de la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas franco británicas quedaron acorraladas en la playa de la ciudad costera, Winston Churchill empezó a temer con la invasión alemana en las islas.
En ese momento, se empezó a planificar la evacuación de los hombres allí atrapados, con expectativas muy bajas: no pensaban sacar más de 30.000 ó 40.000 efectivos de los alrededor de 400.000 que se hacinaban en la playa y parte de la ciudad. Así comenzó un operativo en el cual civiles de las costas del Reino Unido pusieron sus propios barcos al servicio del rescate de los soldados que su patria había mandado.
Pero Nolan no nos cuenta esto tan linealmente: el creador de “Memento” y de “El origen” nunca podría hacer un relato tan simplificado. El director se da el gusto de hacer una de esas películas bélicas grandes y corales, pero articulándola en torno a tres ejes narrativos cada uno con una duración temporal distinta que es aclarado al comienzo de cada una. En primer lugar tenemos “El muelle” (“The Mole”, que tiene un doble sentido a descubrir con el correr del metraje) con la aclaración “una semana”: el protagonista de esa línea narrativa es un soldado que como tantos otros trata de subirse a cualquier cosa que flote para alejarse de la costa francesa.
El segundo eje argumental es “El mar” (“un día”) y está protagonizado por el dueño de un barco, su hijo y un amigo de éste, que van a sumarse a la operación de rescate: en vez de darle su barco a la Marina, deciden ellos mismos (como otros, se verá) tomar el timón y enfilar hacia el otro lado del Canal de la Mancha. La tercera línea del relato, “El aire” (“una hora”), está centrada en tres pilotos de cazas Spitfire Mk-I, responsables de limpiar el espacio aéreo de bombarderos Heinkel He-111 y de los míticos Junkers Ju-87 Stuka (Sturzkampfflugzeug, “bombardero en picado”), que acosan a tropas y embarcaciones, defendidos en el aire por los Messerschmitt Me-109 (todos vehículos célebres para aeromodelistas y fanáticos de la aviación).
Lo que estructura esas temporalidades superpuestas es el cruce de miradas (sucesos que se ven desde la óptica de los pilotos con el rabillo del ojo, y antes o después se muestra su dramatismo en el agua, por ejemplo) y la inserción de personajes entre los ejes (el soldado enloquecido y el piloto rescatados por el barco Moonshine).
Escalas
La Segunda Guerra Mundial sigue sin duda ofreciendo más historias para contar, revalidando subtítulos de madre de todas las guerras. Parte de ese conflicto fueron historias tan disímiles como “El código Enigma”, “Corazones de hierro”, “La tumba de las luciérnagas” (legendaria obra de Isao Takahata), “La caída” o “La vida es bella”. Pero hacía falta quizás que alguien reparara en un episodio tan particular como fue el de Dunkerque, que como ya dijimos se libró tanto en tierra como en mar y aire: quizás ése fue uno de los atractivos para el realizador, que se luce rodando en cada escenario. Recurrió a la materialidad de barcos y aviones reales, junto con maquetas aéreas a control remoto (sin despreciar el matte painting y otros retoques) para lograr escenas de una fuerza especial.
Sus escenas de playa no tienen el plano secuencia indetenible de “Expiación, deseo y pecado”, ni la despampanante balacera del desembarco en “Rescatando al soldado Ryan”, pero logran combinar la escala humana con el gran marco. Porque ésa es buena parte del mensaje: el gran hecho histórico está hecho de muchas historias individuales, que van del coraje y el esfuerzo extra al simple intento de seguir vivo un ratito más. Y la banalidad de ese objetivo: uno se salva porque la última bomba cayó un poco más allá, o se muere porque cayó de cabeza. Las tomas acuáticas (los barcos que se hunden, los que nadan entre combustible en llamas) son muy logradas, y la batalla aérea es de lo mejor que se ha hecho en bastante tiempo al respecto.
Todo se unifica de la mano de la gran fotografía de Hoyte Van Hoytema, que se luce en el negativo de 70 mm (esos atardeceres, esas escenas nocturnas...). También en el logro del diseño de producción de Nathan Crowley, que debe liderar a la dirección de arte (Kevin Ishioka, Eggert Ketilsson), la decoración de los sets (Emmanuel Delis, Gary Fettis) y el diseño de vestuario (Jeffrey Kurland), entre varios rubros estéticos decisivos para el verosímil.
Relato coral
Nolan funde actores noveles y figuras de prosapia en medio de la marea humana, con lo que celebridades con pasta protagónica tienen poco metraje, en una línea que recuerda un poco a “La delgada línea roja” de Terrence Malick, pero sin los monólogos interiores (la psicología es fenoménica, se lee desde lo que se manifiesta exteriormente).
Así, Fionn Whitehead es Tommy, el soldadito que quiere vivir (que abre la cinta con su llegada al perímetro defendido por los franceses dentro de la ciudad), que comparte buena parte de su andadura con un tal “Gibson”, composición muda de Aneurin Barnard, y algo con Harry Styles (uno de los One Direction, como el soldado Alex).
El celebrado Mark Rylance (el mismo de “Puente de espías” y “Mi amigo gigante”) pone su mesura y su mirada profunda bajo la piel del señor Dawson, que decide ir por sí mismo a salvar a los muchachos propios, junto con su hijo Peter (Tom Glynn-Carney); Barry Keoghan completa ese equipo como George, el muchacho del puerto que quería salir un día en el periódico del pueblo.
Tom Hardy (en alza desde “Mad Max” y “El renacido”) encarna a Farrier, líder aéreo tras la caída del comandante original, en el desafío de actuar sentado y con máscara durante casi toda su participación; Jack Lowden hace lo propio como Collins, la otra pata de la defensa volante.
Y hay más nombres destacables: el siempre polifacético Cillian Murphy (dueño de un rostro peculiar y enigmático, sin perder pinta por eso) encarna al soldado traumatizado por el hundimiento del barco a manos de un submarino. Kenneth Branagh le pone su firmeza y su flema del Old Vic al comandante Bolton, el mismo que trae esperanza (aumentando la cifra de rescatados y demostrando que se puede no abandonar a los aliados), acompañado por James D’Arcy como el coronel Winnant, jefe terrestre de la evacuación.
Porque ése es el mensaje final: el de la esperanza. Porque soldado que se salva sirve para otra batalla, y zafar de la catástrofe puede ser a veces una especie de empate: la posibilidad de saber que se puede defender el propio suelo (especialmente para los hijos del imperio que había reinado por los siete mares). Después la historia tuvo otro andar, y puso a Dunkerque en su lugar (“¡Dunkerque!” fue grito de guerra en el desembarco de Normandía). Por eso, también es interesante el logro de Nolan: mostrar la gran historia desde el nivel de flotación, y aun así sentirse parte de la misma.
***** Excelente
“Dunkerque”
“Dunkirk” (Gran Bretaña-Estados Unidos-Francia-Holanda, 2017). Guión y dirección: Christopher Nolan. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Música: Hans Zimmer. Edición: Lee Smith. Diseño de producción: Nathan Crowley. Elenco: Fionn Whitehead, Tom Glynn-Carney, Jack Lowden, Harry Styles, Aneurin Barnard, James D’Arcy, Barry Keoghan, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark Rylance, Tom Hardy. Duración: 106 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cinemark.