¿Qué es el cine? Unos dirán que puro entretenimiento; otros, un arte cada vez más perdido, y algunos que se trata de una industria multimillonaria que sólo regurgita franquicias y carece de ideas originales. Todos tienen un poquito de razón, pero hay excepciones. Realizadores que logran conjugar todos estos elementos y dejar conformes tanto a la crítica como al público en masa. Directores que hacen el mejor uso de su libertad creativa, impregnando su sello de “autor” con la venía de los grandes estudios, y los abultados presupuestos que estos ponen a su disposición.
Sí, son pocos, aunque también son los que equilibran la balanza entre el cine archi independiente que gana premios pero apenas llega a las salas, y los Michael Bay de este universo que solo piensan en artificio y se olvidan de la sustancia.
Los blockbusters pueden ofrecer un poco más, y hasta convertirse en obras sofisticadas. Sólo necesitan estar en las manos adecuadas y, obviamente, el apoyo de los ejecutivos que logran ver el bosque cuando los realizadores se acercan con sus ideas poco convencionales.
Con “Dunkerque” (Dunkirk, 2017) se nota el saltó de fe de la gente de Warner Brothers. La propuesta de Christopher Nolan no es la clásica película de acción del verano boreal, si no todo lo contrario, hablamos de una obra “experimental” que costó más de cien millones de dólares.
No es la primera vez que el estudio se arriesga con las historias del realizador inglés, uno de esos tantos que aportó su granito de arena al (ahora) llamado “blockbuster inteligente”. Pero “Dunkerque” carece de superhéroes e intrincadas aventuras de ciencia ficción, más atractivas para el público cinematográfico; en cambio toma como punto de partida uno de los acontecimientos más significativos de la historia del siglo XX, el cual terminó marcando el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Nolan se despacha con una película “basada en hechos reales”, pero igual decide jugar con sus reglas y alejarse de todos los convencionalismos del drama de época, incluso del género bélico al cual, erróneamente, podríamos ligarla. Claro que la guerra es el trasfondo y uno de los condimentos esenciales de esta narración, pero su motor, su tema, pasa por algo más primigenio y palpable: la supervivencia.
La llamada Operación Dinamo se convirtió en “milagro” para los titulares de los diarios, aunque a los ojos de muchos sigue siendo una derrota (victoriosa) para la orgullosa armada británica. Hablamos de la evacuación de casi 400 mil soldados aliados -ingleses, franceses y belgas- de las playas de Dunkerque, tras quedar acorralados por el avance alemán después de la invasión a Francia. Las opciones eran pocas, rendirse (ser capturados, o aún peor, cambiando de esta manera el curso del conflicto bélico) o intentar cruzar el Canal de la Mancha y regresar a casa lo más sanos y salvos posible. Una misión imposible, ya que en el parlamento inglés los señores de la guerra decidían que no iban a mandar el apoyo necesario e iban a reservar la mayoría de sus fuerzas para la inminente Batalla de Inglaterra.
Estamos a finales de mayo de 1940, mucho antes de que Estados Unidos se sumara a la contienda. Mientras el ejército francés resiste y es empujado hasta la costa, los ingleses intentan abandonar el lugar con el soporte de algunos barcos esporádicos y la asistencia de un número reducido de Spitfires que tratan de evitar el bombardeo alemán. Los libros de historia nos dicen que el rescate no fue del todo militar, si no que llegó de la mano de cientos de pequeños barcos civiles (algunos confiscados por la marina, otros navegados por sus propios dueños) que cruzaron el charco para traer a sus soldados de vuelta al hogar.
Este es el suceso que decide contar Christopher Nolan, uno que no tiene claros héroes a la vista, ni triunfalismo exacerbado, ni la visceralidad de otras películas bélicas, al menos en cuanto a tripas y sangre derramada. “Dunkerque” tampoco tiene tiempo para la típica camaradería, ni las historias de trincheras donde los solados se conocen y extrañan a sus mascotas. El director nos lo cuenta a su manera, con un realismo que supera casi cualquier cosa que hayamos visto en la pantalla.
Nolan recorta este momento específico, el aquí y ahora, y nos sumerge en una historia de suspenso (sí, suspenso) regida por un reloj implacable y la tensión que esto causa, una sensación que se siente hasta los huesos (y mucho más en la boca del estómago). El tiempo juega un papel importantísimo en medio del desconcierto y la frustración de sus protagonistas. Acá, la clave es la intensidad que lo abarca todo: soldados y espectadores que terminan compartiendo esta travesía vertiginosa a lo largo de apenas 106 minutos.
Se puede crear cierto paralelismo con otros relatos parecidos (hablando desde un punto de vista narrativo, claro está) como “Mad Max: Furia en el Camino” (Mad Max: Fury Road, 2015) o “Vuelo 93” (United 93, 2006) de Paul Greengrass. No nos hace falta el antes y el después de este acontecimiento, sólo saber si los involucrados van a lograr su cometido.
“Es como realidad virtual sin los aparatos”, así describe el realizador a su nueva experiencia cinematográfica. Decir “experiencia” es mucho más acertado que “película” porque resulta imposible no sentir la espuma, la arena, el agua que se mete por debajo de los pies, los bombardeos, el oleaje que golpean los barcos, el fuego, el rugir del motor de los aviones y, sobre todo, la desesperación de los soldados, el desaliento de los generales o la urgencia de los civiles por hacer un mínimo aporte.
Nolan se concentra en los sentidos y en una composición de imágenes y sonidos impecables. La reconstrucción de época, el naturalismo que se desprende de ello, la cámara prodigiosa de Hoyte Van Hoytema (mismo director de fotografía de “Interestelar”), incluso la partitura de Hans Zimmer (más experimental que la película), se combinan para crear un todo indivisible que, a pesar de la tecnología y la amplitud y calidad que trae aparejado un formato como el IMAX 70 mm (más del 75% del film), nos da la sensación de una historia que, tranquilamente, podría estar fechada en 1940.
“Dunkerque” parece una pieza clásica, bella e imponente, intensa y sobrecogedora que casi obvia los diálogos y se apoya en las acciones y el minimalismo de las interpretaciones. Hay miradas que lo dicen todo, gestos más profundos que las palabras y personajes anónimos cuyo suceso en esta evacuación nos interesa mucho más que su nombre y apellido.
Nolan elige no “intimar”, no contarnos ni el pasado ni el futuro de estos hombres, sólo le importa el presente y el destino de cada uno. Pero por más que parece un relato sencillo plagado de elementos clásicos, el realizador divide la narración a través de tres puntos de vista y tres temporalidades diferentes.
Los sucesos de “Dunkerque” no ocurren al mismo tiempo, y ahí es donde entra uno de los truquitos más distintivos del director: la narrativa no lineal, una herramienta que termina por dar forma a esta historia, una que resultaría mucho más banal y simplista en las manos de otro realizador.
Desde el comienzo Nolan fija las reglas: los acontecimientos del “muelle” duran una semana, los del “mar” un día, y los del “aire” apenas una hora. Teniendo esto en mente, comienza a hilar su relato, cambiando el enfoque cuando lo necesita, y volviendo a repetir los hechos desde la mirada de distintos protagonistas.
En tierra están los jóvenes soldados que sólo quieren volver a casa (los ignotos Fionn Whitehead, Aneurin Barnard, Harry Styles) y los oficiales que intentan estar al mando de este caos (Kenneth Branagh, James D'Arcy). En el aire los Spitfires (Tom Hardy, Jack Lowden), según dicen, una de las máquinas más perfectas creadas por el hombre. Y en el mar, en representación de los civiles, el señor Dawson (Mark Rylance), su hijo Peter (Tom Glynn-Carney) y el joven entusiasta George (Barry Keoghan), quien quiere contribuir con lo suyo. Tres narrativas que se cruzan y chocan, hasta confluir en un solo momento como ocurre en “Memento, Recuerdos de un Crimen” (Memento, 2000) -aunque si necesidad de reversa-, por si necesitan un ejemplo.
Con “Dunkerque” podemos afirmar que Nolan llegó a la cima de su destreza audiovisual. Las secuencias aéreas son impecables, como cada una de las submarinas que, hasta cierto punto, recuerdan a “Titanic” (1997). Una cámara que no teme meterse en todos lados, pero también brilla cunado el plano se abre y nos muestra la quietud o el caos generalizado. Acá, las imágenes pueden ser sumamente intimistas o gloriosamente épicas según la ocasión, y todo se conjuga a la perfección sin necesidad de trucos baratos. Hay violencia, hay drama y un mensaje antibélico que el realizador no se esmera por ocultar. Hay esperanza, pero también desazón cuando caemos en la cuenta que éste recién es el comienzo de una guerra que cambió para siempre la historia de la humanidad.
La Operación Dinamo no es tan conocida como el desembarco del Día D, pero podemos apostar que Nolan se aseguró que su película fuera lo más acertada históricamente, más allá de que los protagonistas (aunque algunos sí) no tengan su correlato con la realidad. Nos preocupamos, sufrimos por ellos y junto a ellos porque, al fin y al cabo, son ese ‘soldado anónimo’ que no quiere estar donde debe estar, y su instinto no tiene nada que ver con el heroísmo, si no con uno de las características humanas más primitivas: sobrevivir cueste lo que cueste.
Merece un renglón aparte el esfuerzo de Nolan de incorporar a las minorías (tal vez se queda corto, pero ahí están) y a las mujeres que, tal vez aparecen en un segundo plano, pero su papel no es menos importante llegado el final.
En resumen, “Dunkerque” es un thriller de acción que juega fuera de los convencionalismos de Hollywood, pero logra amalgamar los relatos más clásicos con el tecnicismo y las complejas narrativas del siglo XXI. No hablamos de una película bélica per se, y ahí es donde puede separar las aguas si la audiencia va en busca de una historia más visceral cargada de patriotismo y héroes que se sacrifican. Nolan se concentra en otro tipo de crudeza, y su visión es la de la guerra vista desde afuera y desde nuestro tiempo donde la violencia no cesa y los hombres de traje siguen marcando el destino del mundo.