Sorpresas te da la vida, y ni hablar el cine. Quién iba a decir que el inglés Christopher Nolan, director de la llamada trilogía oscura de Batman, de Memento o Inception iba a hacer, después de esa cosa llamada Interestelar, una película como Dunkerque. Basada en un dramático operativo de rescate de soldados varados en la playa de esa localidad francesa durante la Segunda Guerra Mundial, una película bélica que se siente casi ajena a algunos de los vicios que hicieron de Nolan uno de los directores exitosos del maisntream más insufribles: estructuras narrativas complicadísimas, con saltos temporales, calculadas como mapas hacia una supuesta profundidad filosófica antes que al servicio de un relato. Largas parrafadas explicativas -sino, no se entiende nada- para films de casi tres horas, pretensiones autorales caprichosas con voluntad trascendental que a veces bordean, o directamente caen, en el ridículo. En Dunkerque, que dura “apenas” 110 minutos, todo eso parece haber sido reemplazado por una apuesta por el poder de las imágenes, en un film con pocos diálogos, que apenas abre y cierra con información y referencias históricas para sumergirnos en su relato, la peripecia de los soldados tratando de volver a casa. El resultado es un artefacto audiovisual de una potencia tremenda. El sonido de las balas, las bombas sobre la arena o el agua salada, en constante a flor de piel, la musicalización -quizá demasiado presente-, reforzando la carga dramática. Hasta la estructura del relato en paralelo, entre lo que sucede en el suelo, el mar y el aire, con distintas duraciones en cada uno -una semana, un día, una hora- que puede recibirse como otro capricho nolaniano, se entiende acá, y permite que el asunto fluya, con idas y vueltas entre lo que pasa en un lugar y otro hasta una confluencia inevitablemente emocionante. Son las historias de los soldados jóvenes intentando volver a casa, de los dos pilotos ingleses que sobrevuelan la playa y de la familia que viaja, en su velero, a intentar rescatarlos, siguiendo el llamado del gobierno a la ayuda de la población civil. Dunkerque transmite la energía de locura de esos chicos, casi adolescentes, sacados por el miedo, el hambre, el frío, la desesperación por salir de ahí. Relato de hombres jóvenes, protagonistas excluyentes de la guerra en directo, aquí soldados británicos cercados por las bombas alemanas, un enemigo que no se ve pero se siente, interpretados por un grupo de actores desconocidos entre los que se incluye al ex One Direction Harry Styles, en un estupendo debut cinematográfico. Junto a ellos, Mark Rylance, Tom Hardy y un muy buen Kenneth Branagh. Arena, mar y cielo atravesados por las bombas y en el medio, una serie de personajes sólidos y bien dibujados, sin necesidad de parrafadas ni largas escenas, cuyas vidas nos importan.Tan eficaz es la inmersión en su desventura, un verdadero catálogo de situaciones límite -la guerra, en fin- que cierto tono patriótico hacia el final, con los británicos explicándole al francés lo que es la guerra y el famoso discurso de Churchill abrazando a los maltrechos protagonistas, se siente casi funcional a la hazaña que se cuenta. Es una hazaña paradójica porque, como dice uno de los protagonistas, apenas consiste en sobrevivir.