Duro de cuidar 2

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

EL CINE QUE NECESITAMOS

En 2017 Duro de cuidar resultó una grata sorpresa. Era una película de acción con espíritu lúdico, que se animaba a transitar el camino de la comedia sin desbalancear ambos universos: se sabe, las comedias de acción requieren de un timing especial porque, si no, no terminan siendo comedias ni terminan siendo de acción. Y fue una sorpresa porque, además, nadie esperaba que el discreto Patrick Hughes estuviera capacitado para unir ambas cosas, los tiros y los chistes, con gracia. Ya había abollado el concepto de Los indestructibles en una tercera entrega fallida y uno no esperaba demasiado de su parte. Duro de cuidar funcionaba, en principio porque la química entre Ryan Reynolds y Samuel L. Jackson era buenísima, pero sobre todo porque Hughes sabía combinar los ingredientes. En definitiva, era un cine químico, una fórmula aplicada a la perfección. Kiss kiss, bang bang.

La química vuelve a funcionar en Duro de cuidar 2 (ya el título que le pusieron por acá ha perdido todo sentido). Y vuelve a funcionar tanto que esto más que una película es una bomba que explota en la cara del espectador y lo lleva de las narices por un mundo sin sentido que es absolutamente desquiciado y feliz. Muy feliz. Es una de las películas más felices en mucho tiempo, de esas que devuelven la alegría y la excitación de ir al cine. Otra vez, más allá de lo efectiva que había sido la primera parte, nadie esperaba nada de esta secuela, más que una acumulación de grandes éxitos refritados, un más de lo mismo hiperbólico. Y algo de eso hay, pero hecho con un nivel de gracia envidiable. Retomamos a los personajes de Reynolds y Jackson y, la inflamable Salma Hayek, guardaespaldas, killers, villanos, persecuciones, en una acumulación de adrenalina y verborragia digna de un cine que no se preocupa demasiado en el qué dirán. Hay algo de espíritu de película de los 90’s, de ese tiempo en el que creíamos que éramos infelices pero en realidad estábamos viviendo la última década de una fiesta inconsciente. Todo luego se volvió más pesaroso y pensante, anestésico de la diversión; incluso en el cine mal llamado “de entretenimiento”. Duro de cuidar 2 vuelve al precámbrico, cuando nos podíamos reír de cualquier cosa.

Es cierto que mucho de lo que es esta película se lo debemos a Ryan Reynolds, un actor que pasó por varias facetas y que terminó descubriendo un lugar impensado en la comedia de acción. Es como la versión en joda de Tom Cruise. En lo que difiere Duro de cuidar de otras películas de Reynolds (hay un autor dando vueltas por ahí) es que acá, a diferencia de por ejemplo Deadpool, no hay un elemento del que busque tomar distancia, como las películas de superhéroes. Ahí el actor, en una pretendida sofisticación, apenas termina siendo cínico y extremadamente canchero. Esto no es cine postmoderno, en Duro de cuidar 2 lo que hay es tradición: la del cine de acción, el de aventuras, el policial a la europea, la buddy movie. Y esa tradición se la repasa con cariño, pero también con inventiva. Lejos del museo de la nostalgia en el que podría haber caído con ánimo revisionista, la película de Hughes se mueve, zigzaguea, amaga constantemente. Para eso avanza sobre una trama cuyo verosímil es su propio verosímil. Con actitud, con gracia y con puteada, con mucha puteada. Duro de cuidar 2 es cine visceral, pero no visceral en el sentido en que se entiende un cine dramático y a los gritos; es visceral porque es irracional y muy intensa; de ese tipo de películas que son cada vez más necesarias mientras todo se duerme alrededor.