Cuando una historia funciona en Hollywood, ya se sabe que casi irremediablemente vendrá la secuela. Hasta hace unos años, cuando una película alcanzaba en su primer fin de semana en los Estados Unidos y Canadá los 50 millones de dólares de recaudación, se activaba sola una cláusula automática y no escrita: se venía la segunda parte.
Duro de cuidar (2017) no llegó ni ahí (hizo 21 millones), pero costó 30 y recaudó en todo el mundo 176 millones, por lo que fue un negocio redondo.
Así que vuelven los mismos protagonistas, el guardaespaldas y el sicario, que si en la primera se enfrentaban, ahora tiene que unir fuerzas para impedir que un malvado griego (¡Antonio Banderas!) desestabilice la economía y algo más de toda Europa.
Salma Hayek lleva a Ryan en moto. La mexicana tiene un rol preponderante en la secuela del éxito de 2017. Foto BF
Salma Hayek lleva a Ryan en moto. La mexicana tiene un rol preponderante en la secuela del éxito de 2017. Foto BF
No, no los envía el Fondo Monetario Internacional, pero Michael Bryce (Ryan Reynolds) y Darius Kincaid (Samuel L. Jackson), que no querían verse, vuelven a hacerlo por una confusión de Sonia, la esposa de Darius (Salma Hayek), quien ahora adquiere mayor protagonismo. No serán los únicos, pero el resto son cameos, más o menos que sirven como un guiño para los fans (también hay un gag después de que terminen los créditos, vayan al cine sabiéndolo).
Michael ha pasado por terapia y la psicóloga lo ha convencido de que debe alejarse de las armas y tomarse un año sabático. En eso, que le ha costado y mucho, está, cuando, siempre hay un pero o un cuando, irrumpe en su vida Sonia. Hayek, que se toma en solfa a sí misma y a la manera de hablar español, entendió que para rescatar a su marido debía contactar a Michael. Bueno, no era así, pero no les quedará más remedio que aunar fuerzas para encontrar al malvado de turno e impedir el caos.
Un hilo dental
La trama es un hilo dental, porque lo que vale aquí es la sucesión de gags y el paseo por distintas ciudades del mundo. Es que las comedias de acción se han ido transformando -siempre y cuando haya presupuesto- en primas, a veces más, y a veces menos, lejanas de las películas de James Bond o las Misión: Imposible de Tom Cruise.
Y allí está Antonio Banderas, que bien puede ganar el premio al mejor actor protagónico en Cannes por Dolor y gloria y luego teñirse de rubio y componer a un cabrón como Aristotle Papdopolous, un personaje como el ya ha compuesto, pero que le rinde bien, a él en su cuenta bancaria, y a los directores en la puesta en escena.
Esta secuela es invariablemente más humorística que la anterior, pero respeta, es una manera de decir, los parámetros de la comedia de acción.
Hay persecuciones automovilísticas muy bien filmadas, peleas a puñetazo y/o balazo limpio y la química entre el trío protagónico se ve, se percibe genuina. Reynolds es un gran comediante, como se ve en Free Guy, también en cartel y solamente en cines, igual que esta película, que cumple con simpleza con su objetivo de hacer pasar un rato agradable. Y listo.