Ryan Reynolds es el guardaespaldas de Samuel Jackson en una comedia. No hay remate.
La cara bonita de Ryan Reynolds se traslada a otro ámbito del drama para enfocarse en una nueva etapa de la comedia. La obra “Deadpool” le ha abierto las puertas para su nuevo desafío humorístico. En esta ocasión, el actor se pone en la piel de Michael Bryce, un guardaespaldas que puede defender a quien sea con los ojos cerrados. Pero un pequeño accidente lo dejará fuera del servicio de la elite y deberá aceptar un trabajo secreto que le encomienda su expareja. Su regreso al trabajo pesado será la de defender a muerte a un sicario (Samuel B. Jackson) quien es buscado por el dictador de Bielorrusia (Gary Oldman).
La casi totalidad de los chistes se basan, por no decir todos, en la relación entre los dos protagonista. Jugando gran parte del metraje entre la pregunta ¿Quién es el bueno a la hora de meterse en estos crímenes? ¿El que mata o el que ayuda a salvar una vida? ¿El que mata al malo o el que lo defiende?, la película logra crear una gran química y relación entre el cuidador y el asesino.
La buddy movie (entre explosiones, muletillas y gags) pone sus fichas con tal osadía en la dupla que olvida todos los comentarios alrededor por parte de su elenco de reparto. No hay gracia fuera de ellos. Y el complemento de sus charlas son sentenciadas sobre el amor y la estabilidad que viven con sus (ex)novias.
Patrick Hughes expone y es cómplice de una dirección hollywoodense en tierras europeas, donde se pierde el apartado estético para dar lugar a lo grandilocuente, tal como es el caso de la escena donde Jackson le deja las flores a su esposa encerrada en la prisión.
Pero el film no queda estancado en el pulcro del humor y propone al espectador un festín visual de acción, con especial foco en las persecuciones automovilísticas. Además, el villano encarnado por Oldman (un acento forzado) genera impulso en la trama para que se pueda mover en esos dos ámbitos y géneros.
Sin embargo, es justamente esta combinación de acción/comedia donde se mete el acelerador en el guion y nos deja a merced de una ensalada visual más que un producto sobresaliente.
“Duro de cuidar” no es una propuesta que sobrepase lo que promete, entre horas de entretenimiento y algo de risas, sin embargo cuando se trata de cumplir lo hace de manera amena.