“Duro de matar 5”, con la eficacia del principio
Luego de tantos Duro de matar, para esta quinta masacre de tipos malos, Bruce Willis decidió volver a las fuentes: superacción a granel y nada de cosas raras. Y la ambientación de la historia en Rusia sirve a este fin con mucha eficacia, ya que la violencia y, sobre todo, las persecuciones automovilísticas adquieren un plus en medio del tráfico moscovita.
John McClane se lleva muy mal con su hijo, al que no ve hace años y cree metido en negocios turbios tipo tráfico de drogas. Cuando recibe la noticia de que está en Rusia a punto de ser juzgado por homicidio, no duda un instante y se toma un avión a Moscú. Ahí, McClane jr. está en un tribunal al lado de un preso de máxima seguridad a punto de atestiguar algo grave contra un poderoso candidato ruso que intentará que no salgan a la luz oscuros secretos de su pasado. Obviamente, ahí explota todo, con el protagonista y su hijo metidos en el medio de las más sangrientas balaceras y huyendo con el otro preso que todos quieren liquidar.
Por supuesto, en medio de los tiroteos y explosiones, el guión también se ocupa de ir revisando la relación padre e hijo (que no es tan malo como se podria sospechar), y a la vez hace lo mismo con el fugitivo ruso (un excelente Sebastian Koch) y su bella y peligrosa hija Yuliya Snigir.
John Moore, director de películas como Detrás de las líneas enemigas, organiza el film como una desorbitada serie de largas secuencias de acción sin desperdicio, empezando por la larga persecución en las calles y autopistas de Moscú, con stunts antológicos realmente muy bien filmados. El vértigo general, logrado no sólo por el despliegue que se ve en la pantalla, sino también por un montaje formidable, ayudan a que el minimalismo argumental no interfiera con la diversión. El uso intensivo de los temibles helicópteros rusos es otro fuerte del film, que tiene su momento culminante nada menos que en Chernobyl, aportando climas verdaderamente siniestros (aunque como sucede en estos casos, nada fue filmado en Rusia, sino en los alrededores de Budapest).
El resultado es un film de bienvenidos 97 minutos (uno de los más cortos de la saga), donde nada sobra y la superacción a granel sazonada con los típicos diálogos irónicos entretienen sin pausa. A esta altura de los Duro de matar, mucho más no se puede pedir.